martes, 29 de septiembre de 2009

Moisés

Para mi tío Moisés con cariño
y recordándolo siempre.
Gritos, escucho gritos muy fuertes, un caballo que se aproxima al galope y más gritos.  Siento un poco de temor, desde que leí "A sangre fría" de Truman Capote, siento miedo de las fincas, las casas alejadas de la gente, de la soledad del campo.
Nuevos gritos, ahora sí reconozco la voz, es mi prima que hace unos minutos salió rumbo al colegio y ahora regresa en su caballo gritando.
Ya su mamá salió de la casa y pregunta: que fue lo que pasó?  Mi prima no logra articular palabra, grita de nuevo y no logramos entender nada.  Se le pide, se le exige realmente que se calme y bajándola del caballo le dan un vaso de agua.  Por fin logra decir:  Se murió el tío Moisés.
¿Qué?  Pero si anteayer Domingo lo vimos, estaba bien y contento.  Debe ser una equivocación.
En ese instante llegan unas personas en carro, se apean y preguntan por el tío Eliseo.
Él da vuelta al ganado como todos los días.  Mandan a un peón a buscarlo, mientras tanto relatan que recibieron la noticia y vienen a dárnosla , efectivamente el tío Moisés falleció.
Cuentan que el día anterior por aquello de las campañas de fumigación del gobierno, pasaron los helicópteros sobre él, dejando una nube de fungicida.  En ese instante además de estornudar y de sonarse la nariz no sintió nada extraño.
En la noche, la comida familiar y después un trago antes de dormir.  En ese instante sintió un dolor en el pecho pero no le prestó atención, la gente del campo está curtida y no le presta atención a un dolor a menos que sea realmente terrible.
El tío amaneció mal, intentó ir a trabajar, salió de la casa y se fue recostando lentamente en el camino de tierra, cerró los ojos y expiró.
Su esposa mandó mensajeros a avisar a las familias.  Nosotros fuimos los primeros en recibir la noticia, salimos de la finca en el carro de los portadores de ésta, llegamos a medicina legal y esperamos información.  Por fin como a las 4 de la tarde entregaron el cadaver con autopsia escrita: Infarto fulminante.
Mi tío dejaba además de viuda, una hija de crianza y dos hijos legítimos de 4 y 1 año aproximadamente.
Gente de campo, pocos ingresos, hora poco afortunada para conseguir un vehículo más adecuado...¿Cómo llevar el cadaver en el ataúd a la finca donde residía para ser velado?
Un Jeep era la solución; en el puesto de adelante el conductor, a su lado la tía política y a su lado el tío Eliseo,  terriblemente bebido y llorando a mares, vomitando igual y bebiendo más. En la parte de atrás mis primas, unos amigos de ellos, el ataúd y yo.
Sentía vergüenza, ira y dolor y no sé cuál en mayor magnitud.  El espectáculo era deplorable, mi tío vomitaba más y mejor y tuvimos que parar a recoger la prótesis dental que había arrojado accidentalmente por la ventana.
Sentía dolor por la muerte de mi tío, había sido un hombre muy dulce y siempre amoroso.  Sentía también ira por el espectáculo que daba mi otro tío, yo no estaba ni estaré jamás acostumbrada a algo como lo que vivía en esos momentos y vergüenza por lo mismo, pero; además sentía miedo.  Viajaba a mis pies un muerto, por más que fuera mi tío querido, estaba muerto y estaba ahí a mis pies.  ¡Dios!  Hay cosas que definitivamente una niña no debe pasar y ésta es una de ellas.
Llegamos a la casa del muerto, no su casa, la casa de la finca en la que laboraba.  Ahí estaban su mujer, sus hijos, algunos parientes cercanos, lejanos y amigos.
Depositaron el ataúd en un sitio y nos dispusimos a pasar la noche velándolo.
Una nube de mosquitos nos torturó, no había poder humano que los detuviera, nos picaron las manos, la cara, el cuerpo; aún por encima de la ropa, fue una experiencia difícil, por no decir imposible de olvidar.  Envolví mis piernas con una cobija y aún así, esos animalitos picaban.  Fue tan terrible que estuve sin poder usar calzado por una semana completa.
Después de la noche de tortura y después de soportar hambre , incluso sed y el obvio dolor por la pérdida del tío, fuimos al cementerio.
Nueva sesión de llantos, gritos, lágrimas y mocos, abrazos de mi tío (que me daban algo de repulsión) y el comentario que más recuerdo del entierro: "Es que la niña es muy pinchadita" .....la "niña" era yo.
Aquella tarde mi tío Moisés se quedó allí solo, unas tristes flores fueron lo último que le dieron y las que lo acompañaron esa noche.
Nosotros regresamos a las casas, a la vida, a la realidad y él se quedó allí, en el cementerio y prácticamente olvidado por todos los que lo "amaban" por todos los del "teatro" crudo.  Por todos aquellos que creían en su interior, durante el velorio y entierro, que no podrían continuar sus vidas sin él.
Se quedó solo en el cementerio, lejos de la familia y muy seguramente tuvo miedo y ganas de salir de allí, de regresar a su hogar.  Pero...los muertos se quedan solos.  Allí nadie desea hacerles compañía.
Pasó el tiempo, me casé, me embaracé y en muy pocas oportunidades recordé a mi tío.  Una cosa sí es segura; siempre lo recordé y lo recuerdo con mucho cariño en el corazón y con la calidez que surge no sé de donde, quizá de los recuerdos de la infancia.  De los billetes que "hacía" mágicamente para que nosotros compráramos dulces, de los artificios de los que se valía para hacernos reír y correr.
Ahora estoy embarazada y en casa de mi madre, mi esposo está de viaje y mamá también, yo cuido de la casa y de mis hermanos como siempre hice.
Llega la viuda de mi tío con la niña menor de ellos, ya tiene unos 7 u 8 años, la madre dice que la niña desea quedarse en casa con nosotros esa noche.  No sé cual es la causa pero tampoco la pregunto y no hay problema.
Esa noche la acuesto en una cama en un cuarto cerca del mío, al lado de la cama en la que duerme la niña están las escaleras; no sé a que hora llegó a decirme:  "Prima, en las escalas hay un señor barbado que me mira y tengo miedo".  Le digo que no se preocupe, la abrazo y la meto en mi cama al rincón.  Inmediatamente siento la presencia del señor barbado a mi espalda, siento un miedo terrible y me cobijo hasta la cabeza, rezo, oro, digo todas las oraciones que me sé, hasta que me duermo o pierdo el conocimiento por falta de oxigeno.
Llega mi mamá al otro día, le cuento la situación, suma, hace cuentas, mira el almanaque y descubre muy a mi pesar y con mucho dolor de su parte, que su hermano, mi tío, el padre de la niña estaba cumpliendo alguno de los tantos aniversarios olvidados desde su fallecimiento.
Es triste pensar que tuviera que venir él mismo a recordarnos que se marchó para siempre, que en su tumba dijimos que no entendíamos si podríamos seguir viviendo sin él, a recordarnos que hizo parte de nuestras vidas, que nos regaló sonrisas y cariño, a recordarnos que "hizo" billetes para que riéramos y compráramos dulces y que nos divirtió con su magia y su cariño, a recordarnos que estuvo con nosotros en momentos buenos y malos de nuestras vidas.
Es triste que los muertos se queden solos en los cementerios y que solo les dejemos unas tristes flores como compañía.

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