martes, 29 de septiembre de 2009

El pavoroso pavo.



Nuestras navidades siempre estuvieron acompañadas, además de por la familia, de deliciosa natilla, ricos buñuelos y delicados tamales preparados por mamá.
Al principio en la casa de la abuela y más tarde en nuestra propia casa.  Como éramos tantos hijos y tan sociables además, siempre había una enorme cantidad de gente, sobre todo, teniendo en cuenta el reducido tamaño de ésta; claro está.
Pasó el tiempo, crecimos, nos casamos y formamos nuestras propias famílias.  En alguna de las tantas reuniones en Damasco (Col.) comenté que me encantaría cambiar en alguna navidad, el tamal por el pavo.  Acompañaba este comentario de un gesto que consistía en doblar los brazos, llevando las manos a la nuca y los codos elevados para imitar jocosamente la posición de los muslos del animalito.
Un pavo bien preparado al horno, relleno, acompañado con puré de papas, arvejas o guisantes, torta, y demás ricuras... Tal y como lo vemos en los cientos de películas y programas norteamericanos.
Mi esposo y yo hace como dos años estábamos en el supermercado y vimos los pavos congelados y listos para preparar.  Corro a comprarlo haciéndome una idea mental de lo rico que quedaría.  Hablo con mi hermana, con mi cuñada y ellas se emocionan también.  Creo que más por mí que por ellas mismas y proceden a averiguar quién lo prepararía.
Nosotras mismas suponemos que no podemos hacerlo por no ser una costumbre propia, así que mi hermana consigue al primo de una amiga de la hermana de su jefe  que es lo máximo preparando pavos.  Todo el año el hombre se dedica a entrenarse para Diciembre y para los festines de los antojados.
Llegamos con su majestad el pavo, lo entregamos al maravilloso cocinero y dejamos un adelanto por el trabajo.  Partimos a complementar las compras, ya nombradas con anterioridad pero no por ello menos indispensables.
Llega el 24 de Diciembre, los preparativos listos, la cena elegantemente preparada, la mesa puesta y hay que ir por el pavo.  Yo no puedo hacerlo ya que tengo un compromiso con la familia de mi esposo así que mi hermana  se encarga de la delicada tarea.
Todo el tiempo con la familia de mi esposo pienso en el pavo y se me hace agua la boca, pienso en la cena, en el exquisito sabor del ave, en la deliciosa compañía, en el vinito que haría más sabroso el animal y más animada la charla.
Llegamos a la casa de mi hermano, mi cuñada nos recibe con cara de acontecimiento, nos hace pasar, nos ofrece un trago mientras es la hora de cenar.  Todos me observan, cuchichean con mi esposo.  Él levanta la ceja, se dirige con mi cuñada a la cocina y escucho una carcajada ahogada.
Voy a la cocina atraída por los ruidos extraños que hace mi esposo y noto que toma fotos de un lado y del otro, me miran cuando me acerco, suspiran, se encogen un poco en sus diferentes posiciones y esperan mi reacción ya que la idea suculenta provino de mi persona.  Observo el sitio al que se dirigen las miradas y suelto una carcajada monumental.  El pavo tiene cara de todo menos de pavo o por decirlo mejor es un "pavoroso" pavo.  Los muslos del animal penden en posición un tanto difícil e incluso podría decirse que inmoral; el animal no luce como yo lo pensaba, para nada atractivo.  Ellos al ver mi reacción suspiran aliviados.
Procedemos entonces a comernos el pavo, que curiosamente estaba delicioso, realmente sabroso pero eso sí... mal presentado el animalejo.  De todas formas la cena fue un éxito total, lo importante fue la compañía y el amor y de eso sí había mucho y muy bueno.

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