Siempre era igual, siempre lo mismo. Pedro salía de su casa el viernes con la paga de la semana, al llegar al pueblo entraba a la tienda de marco de la plaza, alli procedía a hacer su mercado; ni bueno ni malo, solo un mercado para satisfacer las necesidades básicas de su familia; esposa, dos hijos de ambos y tres de ella de una relación anterior. Luego de pagar unos cuantos pesos allí se dirigía a la cantina; mujeres y trago; ahí si no se escatimaba tanto... Nada.
Mujeres maquilladas con sombras multicolores y labios rojos, rojos y sensuales... le gustaban a Pedro, inconsientemente quizá, le recordaban a la mujer de su patrón. Siempre tan linda y perfumada.
Como todos los viernes, Pedro al salir del cuartucho aquel alquilado por centavos al que las llevaba continuaba bebiendo. Según él, bebía para olvidar, olvidar la vida triste de siempre, de todos los días; desde que nació hasta la fecha, solo tristezas recordaba. Nunca por mas que la perseguía había logrado ser feliz, ni un ápice de felicidad llegaba a disfrutar a entrever en medio de tanto dolor y sufrimiento. Solo sentía un poco de felicidad al llevar a aquellas mujeres al cuartucho polvoriento y sucio y poseerlas y luego bebiendo y bebiendo hasta ahogar las penas que siempre retornaban.
Como siempre, al salir de la cantina sin un centavo en los bolsillos, le suplicaba a todo aquel que lo escuchara que por amor a Dios o al diablo lo matara. Nunca nadie le prestaba atención, obvio... un borrachito más que no sabía manejar los tragos. Aquellos que lo conocían lo hacían a un lado con conmiseración, lástima tal vez, y los que no; se alejaban de él temiendo un enfrentamiento inutil con uno más de los tantos borrachitos de la madrugada.
Una noche, Pedro al salir de la cantina como siempre, perdido en el licor, encontró por casualidad a su compadre Juan, policia del pueblo desde que tenía memoria y padrino de su hijo menor. Amigo de toda la vida y conocedor de su tristeza y soledad. Y suplicando como siempre le dijo: "máteme compadre, máteme por amor a Dios se lo suplico"
Juan, igual o más borracho que su amigo sin dudarlo un instante sacó su arma de dotación y poniendola sobre el pecho de Pedro, de su amigo disparó.
Instantes después, llorando y sin saber muy bien lo que pasaba se dirigía a la estación de policia con su amigo en hombros y al llegar a la puerta, depositó el cadaver en la entrada y respirando profundamente tomó de nuevo su arma, dirigiendola a su cabeza disparó de nuevo.
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