domingo, 16 de agosto de 2009

No eres.

No eres
"la mujer con la que
me casé."
¿Cómo podría ella serlo?
Moría una y nacía otra.
Todos los días pasaba.
Moría una vieja y nacía
una nueva, diferente.
¿Mejor, peor? Eso no se sabía,
solo una mujer más preparada para la vida,
para los dolores y también para las alegrías.
Y de nuevo moría y de vuelta nacía.
Ya estaba harta de eso,
Por qué, no de una vez
y para siempre no,
llegaba una mujer definitiva.
Una mujer fuerte, grande,
que pudiera con todo y viviera.
Pero ya sin dolores, sin angustias.
Una mujer dura y madura.
Preparada para todo,
una a la que le resbalara el dolor
y para la que la alegría fuera siempre
su común denominador.
¿Por qué sentía ese morir y renacer?
Sabiendo que era buena y amable,
y deseando como deseaba ser siempre
la misma. La mujer confiada e inocente,
la de bella sonrisa y mirada tan pura,
cálida y placida.
Como el agua en calma.

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