Caperucita roja la llamaban pues iba siempre por la vida cubierta con una capa
con caperuza roja. Ella un día recibió la petición de su madre de que
fuera a la casa de la abuelita que se encontraba enfermita a llevarle unas
tortas y una miel. Yo supongo también que algo de medicina pues si uno
está malito necesita más medicamento y cuidado que tortas y miel. Pero
bueno, la madre de Caperucita también le dijo que mejor no se fuera a ir por el
bosque aun cuando el camino fuera más corto, que lo mejor era bordearlo por el
camino largo pero también más transitado y por lo tanto con menos flores; pues,
continúo la madre en el bosque hay un lobo feroz, feroz, feroz que no dudaría
ni un segundo en “comérsela mijita”.
Así que Caperucita la modosita agarró la canasta con las tortas y la miel y también metió en ella unas aspirinas y un descongel. ¡Ah! Ella tampoco olvidó unas mentas para el mal aliento pues seguro la abuelita no se había levantado de la cama y la caja de dientes debería estar “hedionda” ya.
Salió de su casa bailando y muy contenta pues su madre casi nunca la dejaba salir sola de la casa y el aire de libertad la hacía sentir muy pero muy feliz.
Ya en el camino Ella, Caperucita al llegar al cruce entre el camino largo y el corto pero peligroso siendo una niña tan modosita cumplió la orden de la mamá. Empezó a caminar por el camino largo, las flores estaban marchitas, el polvo casi la ahogaba cuando pasaban los autos raudos y veloces sin parar a pensar en la niña, más bien señorita que con él se ahogaba. El sol calentaba fuerte y la niña sentía sed y calor.
En un momento le tocó parar a respirar mejor, se quitó la capa y la capota roja y surgió a la vista el cabello flotante, largo rubio que le cubría toda la espalda y también una figura que ya de niña no tenía casi nada.
Ahí sí, un auto de aquellos raudos y veloces paró y se ofreció a llevarla hasta el fin del mundo si era necesario. Ella solo había sido advertida del lobo pero su madre jamás habló de los perros, los sapos y demás batracios de la vida y de la vía y confiadamente abordó el auto.
Así que Caperucita la modosita agarró la canasta con las tortas y la miel y también metió en ella unas aspirinas y un descongel. ¡Ah! Ella tampoco olvidó unas mentas para el mal aliento pues seguro la abuelita no se había levantado de la cama y la caja de dientes debería estar “hedionda” ya.
Salió de su casa bailando y muy contenta pues su madre casi nunca la dejaba salir sola de la casa y el aire de libertad la hacía sentir muy pero muy feliz.
Ya en el camino Ella, Caperucita al llegar al cruce entre el camino largo y el corto pero peligroso siendo una niña tan modosita cumplió la orden de la mamá. Empezó a caminar por el camino largo, las flores estaban marchitas, el polvo casi la ahogaba cuando pasaban los autos raudos y veloces sin parar a pensar en la niña, más bien señorita que con él se ahogaba. El sol calentaba fuerte y la niña sentía sed y calor.
En un momento le tocó parar a respirar mejor, se quitó la capa y la capota roja y surgió a la vista el cabello flotante, largo rubio que le cubría toda la espalda y también una figura que ya de niña no tenía casi nada.
Ahí sí, un auto de aquellos raudos y veloces paró y se ofreció a llevarla hasta el fin del mundo si era necesario. Ella solo había sido advertida del lobo pero su madre jamás habló de los perros, los sapos y demás batracios de la vida y de la vía y confiadamente abordó el auto.
Su abuela se alivió, la buscó, se enfermó de nuevo y sigue esperando
por ella, el lobo murió de viejo recostado en el árbol en el que inicialmente
se ocultó esperando que pasara para visitar a la abuelita y poderla devorar, la
madre mira y mira desde la ventana el camino largo esperando que un día por él
regrese la Caperucita roja.
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