jueves, 5 de noviembre de 2009

Navidad

Me desperté temprano, sabía que había mucho que hacer. Limpiar la casa, meterme bajo las escaleras, donde queda el “cuarto inútil”. ¿Se han dado cuenta de la cantidad de cosas que uno va acumulando en el transcurso de la vida y que guarda pacientemente esperando el momento de usar y jamás usa? Por eso llamo al cuarto ese de trebejos, el cuarto inútil, claro que en este caso si hay cosas importantes. Toda la navidad descansa allí por meses, y al final del año en Noviembre más o menos, empieza a alegrarse por la proximidad del brillo, del fulgor e incluso casi del rubor pues será usada de nuevo y con mucha alegría y amor.
Como les decía; limpié la casa, la perfume concienzudamente con canela y limón y cuando brillaba y resplandecía empecé a sacar de las cajas los adornos que siempre decoran nuestra dulce navidad.
Lo primero fue el árbol, tan verde. Con paciencia fuimos colocando una a una las ramas, identificándolas por los colores para que al final en realidad imitara un pino magnífico. Después y siempre con cuidado y esmero fueron saliendo de sus cajas originales, aun cuando tengan años conmigo las bolas de múltiples colores, formas y tamaños. Mi orgullo siempre ha sido el “árbol de siempre”, el multicolor y atiborrado de cosas. Cuando alguien por algún motivo comenta que le gustan solo de moños, o rojos, o azules, o cualquier otro color yo insisto. Mi árbol es multicolor, festivo. No por nada me sacaron con espejitos de la montaña oscura y lejana.
Ya he puesto las luces, muchas, cientos, ahora están colocadas las bolas, en cantidades astronómicas, el pie de árbol contiene muñecos navideños casi tan coloridos como el árbol mismo, y hay regalos en su base. Cajas nada más, ninguno real por si a alguien se le ocurre destapar alguno.
Miro y remiro con orgullo, puede que no sea el más bello de todos, puede que no sea el más elegante de todos, pero es mi árbol de navidad.
Ahora prosigo. Busco las cajas que contienen el pesebre, los pesebres. Los voy ubicando estratégicamente por toda la casa. Pero hay uno especial, el que tiene las ovejas de mi infancia. Mi orgullo. Hecho a mano por todos; cada uno presenta una idea. El lago aquí, un bosque por allí, y el pastor con estas ovejas en este sitio. El pueblo con sus casitas minúsculas y claras; y el puente, el río y mas allá en el sitio más importante el establo.
En el sitio más alto y con brillos como mi navidad, brillante, resplandeciente. Sobre él, el ángel precedido por la estrella de belén.
Continuo poniendo serpentinas y adornos por la casa, miro y remiro, adorno el balcón. El otro día encontré unos adornos baratísimos pero que recordaron mi infancia y claro, los compré. Hoy por hoy están en el balcón iluminados por las luces de colores y acompañando Ángeles y muñecos de nieve. Salgo a la calle y lo miro de nuevo, quiero estar orgullosa de él. Que esté simétrico y bonito.
Regreso a la casa y me paseo por ella, acomodando un detalle aquí y otro allí.
Estoy cansada, agotada, el día ha sido largo y fructífero. Mi hogar brilla, reluce como me gusta. Me voy a dormir.
Despierto no sé a que hora y escucho ruidos provenientes del primer piso. Me sorprendo un poco pero pienso que son mis hijos aun despiertos jugando o viendo televisión.
Me levanto despacio y veo a mi esposo dormir placidamente a mi lado, voy al cuarto de mi niña y duerme descobijada y atravesada en la cama, Rex levanta un poco la cabeza y al darse cuenta que soy yo duerme de nuevo.
Veo el cuarto de mi hijo cerrado, abro silenciosamente y él reposa descuida y tranquilamente también. Gustavo esta enroscado a sus pies y ronronea al verme.
Me pregunto por el ruido, parece fiesta y es en la casa, no afuera. –Curioso que nadie mas se despertara con la algarabía-
Bajo en silencio y todo está en movimiento, las luces del árbol apagadas antes de acostarme brillan intermitentemente, los papás Noel caminan de un lado al otro exhibiendo sus voluminosas pancitas y sus cachetes rosados, las ovejas pastan tranquilamente y los pastores cenan mientras hablan y cantan algunas tonadas.
El río suavemente susurra sus notas mientras el bosque se deja mecer por el viento acariciador. El pueblo tiene vida propia, se comercian alimentos y las gallinas picotean entre el pasto y la arena. Solo hay un sitio en silencio. El establo donde un burro y una mula mastican calladamente su alimento.
Observó con asombro todo lo que sucede en mi casa esa noche y veo en mi pesebre el camino que construimos con esmero mis hijos y yo y ahí al principio tres diminutas figuras avanzan lentamente. María sobre el burro se nota un poco agotada y José con su bastón florido. Ellos hablan, se preguntan si habrá un pueblo cercano y si encontraran alojamiento en él. Yo los miro con amor, sé que en el vientre de ella reposa también la salvación del mundo, mi salvación. Con mis manos muevo un poco la paja que recibirá al niño. En mis posibilidades no esta cambiar la historia, solo hacer más confortable su nacimiento.
Ellos continúan su camino; despacio… lentamente yo sé que aún no es tiempo, que llegaran en el momento justo al sitio justo.
Pienso que el niño muy seguramente nacerá de nuevo en mi corazón, como siempre, como cada año, como cada día.
El despertador funciona de nuevo; me trae al mundo real y despierto pensando en todas las cosas que tengo que hacer: armar el árbol, hacer el pesebre, las compras navideñas, los obsequios, la cena…

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