martes, 3 de noviembre de 2009

Ella, al fin feliz.

Entonces un día; tomó su sombrero rosa y sus sandalias del color del mar al atardecer. Sus favoritas. Se puso un delantal de cuadros que la transportaban a las épocas felices de la infancia, se coloreó los labios de carmín, se abrochó al cuello sus perlas amadas, tan blancas como su alma y salió a caminar. Llovía copiosamente y sintió que la lluvia empapaba su cuerpo, y sintió que las gotas de lluvia al contacto con ella se convertían en más y más perlas que la envolvían, que la acariciaban con ternura inusual. Y eran tantas y tantas que la sofocaban. Un sollozo escapó de su pecho, intentó tomar aire, nadar en medio de tanta lluvia- perla, tanto mar y no pudo.
Recostada en la arena al otro día la encontraron, jamás lograron explicarse qué fue lo que pasó. No había motivo alguno. Solo observaron que dejó de respirar mientras miraba el mar. Sus perlas ahí estaban, su labial rosa dibujaba una sonrisa eterna e infantil, el delantal de cuadros azules que le recordaba épocas tan felices de su infancia y sus ojos abiertos mirando al horizonte mientras su cabello era revuelto por el viento suave.
Ella se quedó soñando el sueño eterno mientras otros la depositaron en los brazos del mar. Allí, por fin; sus cenizas son acunadas con amor.

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