martes, 10 de noviembre de 2009

Ana, doña Ana.

Ana, doña Ana era una mujer oscura. Triste, gris... jamás la vi sonreír en la vida. Vivía al lado de mi casa y le molestaba todo. El ruido de los niños jugando en la calle, las conversaciones de los adultos, el paso de los carros y hasta los ladridos de los perros o el caminar felino de los gatos en el tejado.
Tuvo un hijo pero nunca se supo quien era el padre ni cómo fue engendrado el muchacho. No hubo un hombre conocido que se acercara a su casa, o que le hablara siquiera; de tal modo que siempre se creyó y se tuvo como cierto que era hijo del diablo. Por algo todos pensaban que Ana, doña Ana era una bruja.
Malencarada, siempre malhumorada; llegó al extremo de ponerle corriente eléctrica al bajante de aguas lluvias del techo de su casa, lo que hizo las delicias de la muchachería que se divertía jugando allí y pasándole corriente a los amigos. Fue peor el remedio que la enfermedad. El dichoso bajante no duró una semana instalado, ya que con los juegos los muchachos se encargaron de arrancarlo de cuajo de la pared y del techo mismo.
A la casa de Ana, doña Ana llegaban señoras "elegantes" a que ella les leyera el tabaco, el huevo, el cigarrillo, el "cuncho" del café, las cartas, el iris de los ojos y demás. Ana, doña Ana vivía de esos trabajitos ni tan esporádicos ya que la credulidad de la gente es increíble.
Un día cualquiera se escucharon gritos de terror, Ana, doña Ana chillaba en su cuarto, en su casa y oraba, pedía ayuda a todos los santos disponibles, a la virgen santísima y al niño también. De nada valieron los rezos y las suplicas de la gimiente mujer. Nadie logró entrar a su casa para rescatarla o ver sencillamente que era lo que le pasaba. Nadie tuvo el valor suficiente de intentarlo siquiera. Ese mismo día ella desapareció.
Al cabo de unos días su hijo ya mayor y casado, llevó a su mujer a vivir a aquella casa. Un cura fue llamado e intentó entrar a bendecirla, pero no logró poner siquiera un pie en el escalón de la entrada. Un viento fuerte y pestilente lo alejaba de allí, o un calor intenso amenazaba con quemarle las manos, la cara y hasta la sotana.
Han pasado los años, hoy por hoy la casa está en ruinas, el hijo dado al alcohol y su mujer loca perdida. Dice a quien la quiere oír que Ana, doña Ana se pasea o corre por la casa como alma en pena y que grita y pide socorro y que atrás de ella un hombre bien parecido, alto, con mirada de fuego y aliento candente, la sigue, la persigue.
Desde fuera realmente no se escucha nada pero aún hoy nadie se atreve a entrar a la casa de Ana, doña Ana.

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