sábado, 22 de noviembre de 2014

Tiempo



Desde que la vio, aun siendo una bebe; don Tiempo se prendó de ella.  Al principio pasaba horas mirándola, viéndola crecer.  La observó gatear, caminar al principio con miedo y luego con el desgarbo de la infancia, para continuar con la elegancia de la juventud. 
Un día venciendo el temor se le acercó y le contó sus sueños.  Le habló de su amor de siempre y ella lo escuchó en silencio, sin mirarlo siquiera.  Creyendo que lo analizaba, le dio de lo que él tanto tenía; tiempo. 
Al cabo de unos años se le acercó de nuevo; y le habló nuevamente de su pasión y de su larga espera.  Ya más dueña de sí y viéndolo a la cara le dijo con la frescura y el desenfado que da la juventud que él era un viejo; qué cómo se atrevía tan siquiera a mirarla; o a soñar con ella.
Él se tomó su tiempo y la siguió observando y entré más lo hacía; aún más se enamoraba.
Pasados unos años, un matrimonio incluso, madre de un par de niños y un divorcio difícil, se le acercó de nuevo.  Y le hablo con pasión, con ardor.  Le dijo que la amaba, que no lograba sacarla de su mente, que la seguía en silencio; sin pausa.  Indignada lo miró nuevamente, y lo encontró muy viejo, tan viejo como el mundo.  Y lo recriminó y se burló de aquel amor senil que le ofrecía.
Él no se amilanó y decidió esperarla; tiempo era lo que a él más le sobraba.
Ya, en las postrimerías de la muerte él llegó nuevamente.  Al verlo le sonrió y le ofreció su mano.  Ya es tarde; dijo él: Ya se acabó tu tiempo.
Patricia Lara P.

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