Los perros
ladraban, avanzaban enseñando los dientes y luego reculaban asustados con la
cola entre las patas y con la cabeza gacha, para retomar los ladridos con ahínco
de nuevo.
Desde la ventana
del cuarto y a través de la cortina los intuía. No lograba entender el
motivo pues no veía nada. Absolutamente nada que les pudiera producir
tanto temor y ganas de agredir al mismo tiempo.
Al cabo de un buen
rato de poner atención, de escuchar con cuidado y de no entender los motivos
cayó en la cuenta. ¡Que iba a poder ver si había nacido ciega!
Patricia Lara P.
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