martes, 10 de diciembre de 2013

Allá





Allá en la cima de ese pequeñísimo montículo de tierra que algunos consideraban una protuberancia apenas y que ellas llamaban montaña vivía esta hormiga.  Pertenecía a la  especie de las "cachonas".   Era varonil, musculoso y muy acuerpado; toda una estampa de hormiga, un galán y por cierto con mucho veneno en su aguijón.  Las hormigas de su especie se desvivían por él.  Lo agasajaban de muchas y variadas maneras.  Algunas con ricos bocados  y otras ofreciéndole el mejor sexo posible (ja).  Lo indudable del caso es que nuestro apolíneo hormigo no se inmutaba.  Un día cualquiera acierta a pasar por aquella enorme montaña una hormiga rubia y chiquitita.  De la especie de las “mieleras”.  Son tan minúsculas que casi a simple vista no se pueden ver, pero que igual si te meten el diente te dejan un dolor intenso y por cierto muy duradero.
Y que creen queridos amigos... fue amor a primera vista.  Aquel enorme macho se prenda de la minúscula y "desvalida" hormiga y ella se enamora de él inmediatamente.
No les importó nada.  Ni la raza, ni el color, ni la oposición de sus familias, ni de sus gobernantes, ni nada.  Se fueron a vivir juntos sin la bendición de su dios pues en ninguno de sus hormigueros aceptaron tal unión.  Les parecía la locura más grande de todas.
Al cabo de un tiempo, en el cual les fue prácticamente imposible darse un abrazo o un beso y menos aún; consumar su unión, y alegando diferencias físicas irreconciliables, cada uno retorno como hijo prodigo a su hogar.  Conocieron parejas de su especie, se enamoraron, se casaron, procrearon y vivieron felices por siempre.  Contándoles a todos aquellos que quisieron oírlos lo mucho que se amaron y lo difícil que fue seguirse amando como ellos habrían querido hacerlo; como lo escucharon en los cuentos de hadas; por los siglos de los siglos.

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