La llamaban mamá y le succionaban la vida. Recordaba levemente su mundo antes de este.
Añoraba su casa amplia, su jardin interior primorosamente cuidado por sus propias manos. Recordaba el hombre alto de brazos generosos. Pensaba en el niño que había llevado en su vientre durante 9 meses. Y después de un parto tan añorado se despertó apretujada en esa cama estrecha, casi como un ataúd. Siendo constantemente sus pechos succionados por esa máquina extraña y dolorosa. No pasaba un instante sin esa terrible sensación. La espalda ampollada primero y reventada después. Las llagas infectadas. Y la succión constante.
La vida debería ya agotarse y el mundo actual desaparecer para siempre en el anhelado sopor del sueño y el despertar de una terrible pesadilla o al menos y por misericordia del sueño eterno de la muerte.
Patricia Lara Pachón
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