Un día cualquiera abrí los ojos y nada. No ví nada. Nada nuevo. Sólo lo normal e invisible ahí estaba. Así que me di a la tarea de desvelarlo todo. Todo eso que era intangible pero que se vivía real si yo quería hacerlo. Ahí estaba mi cama tibia y destendida y sobre ella estábamos Capitán, Ricardo y yo. Uno velaba, el otro comía distraído y yo escribía. Normal. Todo muy normal. Frente a nosotros, dos ventanas y en medio de ellas el televisor transmitiendo algo a lo que ninguno de nosotros le prestaba real atención. Abajo un cuadro, una repisa con el reproductor, y al lado el ventilador reposando sobre mi cajonera. Un mueble que contiene infinidad de tesoros jajajaja. Algunas cosas que conservo porque no he logrado desprenderme de ellas y otras porque sencillamente no son del uso diario y cotidiano.
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