domingo, 22 de mayo de 2011

Vida eterna

Hincada, de rodillas en la iglesia oscura y fría, frente a un Cristo herido y sangrante Ella pedía vida eterna. Tras la columna la observaba implacable una sombra. Al salir de la iglesia la alcanzó en una de las tantas calles intrincadas de uno de los tantos pueblos del mundo y al verla, la mujer se dio cuenta que había perdido. La había alcanzado a pesar de sus ruegos.

La muerte la miró directamente a los ojos y le dijo: Pedías a quien no era. Él nunca te concederá lo que no puede ni debe pues entre sus preceptos están el nacer y el morir. Yo, en cambio si puedo concederte lo que pides.

Mientras la miraba asustada primero, asombrada después y esperanzada en el siguiente instante le dijo: ¿Y qué tengo que hacer para lograr tu favor?

Mirándola desde sus cuencas oscuras le dijo. Hacer mi tarea. Quieres decir; ¿matar, asesinar?

No, replicó la muerte, yo no soy asesina, yo cumplo una tarea. Tú serías mi asistente pues ya estoy muy cansada. Cumplir la misión que me fue encomendada es triste, agotador y hasta aburridor. Te digo esto por si deseas tomar lo que te ofrezco, ya que a mí me fue impuesta. No digas luego que no te lo advertí.

Gozaras vida eterna pero no descansaras ni un solo instante pues la labor de conducir las almas al camino no da espera.

¿Y entonces de qué me servirá vivir eternamente?

No sé, tú lo pedías y ahora que está en mis manos, en mi hoz concedértela te la ofrezco. ¿La quieres?

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