
Era un hada y nadie lo sabía. Ella hacía milagros con sus manos y sus sentimientos eran tan buenos que todos estábamos felices a su lado. Esperábamos con ansias sus regalos y ella esparcía felicidad por doquier.
No podía o no sabía estar en un solo lugar, iba y venía a discreción sin usar por supuesto una escoba pues las hadas tienen polvos mágicos y no necesitan de otros artilugios para hacerlo.
Un día dejaba un don aquí y otro allá y uno más acullá y nosotros sonreíamos felices y entonces ella partía de nuevo como si nada pasara.
No se enteraba de lo felices que nos hacía al entregarnos su humor y su candor y por supuesto su gran bondad.
Era un hada y nadie lo sabía yo misma me atrevería a jurar que ella ignoraba su procedencia etérea, femenina y casi divina.
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