sábado, 9 de mayo de 2020

Luna de miel extendida

Cuentos de Cuarentena

-Luna de miel extendida -

La boda civil, el 11 de marzo, fue sobria e íntima; la eclesiástica, dos días después, elegante y un poco más concurrida. 
Fue temprano, con una misa muy solemne en la terraza de un conocido hotel que da al amplísimo salón de fiestas donde luego tuvo lugar la celebración,  todo trapo, tal como Nela lo había pedido.

 La celebración, una mezcla de clichés viejos y modernos, con el esplendor de la opulencia de quienes ostentan un nivel de ingresos muy por encima del promedio de cualquier mortal en la ciudad, no escatimó en la diversidad de canapés, bebidas y otros divertimentos.

A eso de las dos de la tarde, luego de que se repartieran recuerdos y cotillones, se repartió la torta -que casi ve el piso antes que los platos de los ebrios comensales- y, entre chanzas y risas se lanzó el bouquet de la novia.  Le tocó a Mikaela, hubo un silencio incómodo en un lado del salón de fiestas, aquél en el que de hallaban sentados los familiares que sabían de su enfermedad. Alguien dijo algo jocoso y se superó el silencio que pareció eterno.

A las tres de la tarde partieron los novios a una primera escala en un pueblito muy humilde y bastante aislado de la costa, (con poquísimas comodidades, pero con unos paisajes preciosos, decía la web desde la que reservaron) donde pasarían el fin de semana buceando, para luego ser recogidos por el yate del primo Freddy, rumbo a una isla del Caribe... ¡Primero querían desconectar!

Llegaron con el atardecer.  Efectivamente, era un pueblo pequeño, la costa no estaba tan cerca y el silencio, inicialmente les pareció agobiante. Una mirada a la casucha donde se quedarían esas dos noches les confirmó que no había TV, aire acondicionado, ni calentador. Había, eso sí, un radio y una linterna, velas, fósforos y una pequeña cocina a gas de dos hornillas, una sartén y dos ollas pequeñas.  Completando el menaje, se hallaban dos platos, un tenedor, una taza y un cuchillo, colocados cuidadosamente sobre un harapiento paño sobre la nevera de escarcha ubicada entre la puerta y la cama, en un esfuerzo por aprovechar la única toma de corriente del lugar.

Nela y Javi se rieron hasta llorar, un poco por el alcohol, que no les había faltado durante el trayecto, otro poco por la certeza de haber sido estafados.

Se dijeron que serían dos noches, ¡y qué tanto eran dos noches para toda una vida juntos!  Y así, libando las mieles del amor y de la media botella de whisky que les quedaba, se dispusieron a disfrutar de su presencia mutua, hasta el amanecer.

El disfrute de la noche nupcial les hizo prolongar el sueño un poco más allá de la hora en que el sol les recordó que el techo era de zinc y que no había aire acondicionado. Se saludaron con cariño, querían darse un baño, recorrer el pueblo y aprovechar lo que quedaba de sábado. 

A dos meses de su llegada, Nela y Javi ya no sé ríen como aquel viernes 13. Aún habitan la casucha, que ya empiezan a adornar con flores silvestres que arrancan por una ventanilla. No, el yate no llegó. Saben de una cuarentena que les prolongó la luna de miel, que los retiene allí, entre mangos, plátanos y olor a leña quemada, en un pueblo donde dos veces al día les dejan en la puerta un cubo de agua, una jarra con hielo, dos pescados fritos, un plátano verde sancochado, porque de la casita no se permite salir.

B. Osiris B.

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