Se despertó en medio de la noche. A lo mejor el ruido de la música había cesado de pronto, o el arrullo del río no fue suficientemente adormilador. A lo mejor siempre despertaba en medio de la noche y se volvía a dormir al levantar la cabeza y ver cerca a sus hermanos.
Las navidades eran
lindas no por los regalos ya que no recibía muchos sino por la cercanía de la
abuela y los tíos.
Abrió los ojos y a
pesar de la oscuridad que reinaba no logró ver a nadie. Notó con miedo,
eso sí, las camas vacías. Empezó a llamar con suavidad primero y luego
con gritos entrecortados por los sollozos.
Nadie respondió a
su llamado así que llena de terror salió de la cama. Se empinó un poco
para abrir la puerta que daba a fuera y
miró. Árboles que se mecían, el ulular de un búho, el río corriendo
pausado; como todos los días con sus noches.
Voló por entre
aquel corredor de árboles y ramas, cayó al tropezar con una piedra. Se
lastimó las rodillas pero como resorte se paró de nuevo y siguió
corriendo. No eran más que nos cincuenta metros que le parecieron kilómetros.
Afuera, en aquella especie de enramada de juncos había un hombre que fumada
tranquilo. La cancha de futbol enfrente, los rieles del ferrocarril
también, las escaleras largas y empinadas; con pasos muy grandes para su altura
y por fin, la calle bulliciosa, iluminada, alegre.
Tomó aire y entró a
un sitio y otro de los negocios del marco de la plaza.
Por fin las vio
felices bailando. Con sus mejores trajes; la cara sonrosada por el baile
y muy seguramente un trago o dos.
Al verla se asombraron. No por
verla ahí; llorosa. No por verla con las rodillas laceradas, no por el
peligro que pudo correr al estar sola en la noche. La
pregunta fue: “¿Cerro la puerta de la casa?" Al escuchar la
respuesta negativa y al conocer la presencia de un hombre ahí cerca dijeron hay
que irse.
La tomaron de la mano y desandaron
con ella el camino a la casa mientras alegremente comentaban lo bien que la
habían pasado.
Patricia Lara P.
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