Siendo muy
chiquitina vio en la granja nacer una camada de patos. Los vio con
dificultad salir del cascarón y se enamoró perdidamente de una patita blanca
como la nieve, con su pico dorado y los ojos más tiernos que había visto en su
vida. Tan pronto pudo, la llevó a su casa y compartió con ella
todo. La cama en la cual cada una tenía su almohadón y sus propias
cobijas. No de plumas por supuesto para no lastimar la sensibilidad de
"Patita". Compartían el baño, y tomaban juntas baños de espuma
tan largos que una de las dos, la que no tenía alas; salía algo
estropeada. Comían del mismo plato y daban largas caminatas por el bosque
hablando alegremente. Se entendían hasta los silencios y compartían todos
sus secretos.
Pasó el tiempo tan
raudo que ni se enteraban de lo que sucedía a su alrededor. Y el día
menos pensado; Patita la emplumada partió al reino de los cielos. La otra
Patita siguió su vida plácidamente. Igual se daba sus baños largos y
caminaba por el bosque conversando consigo misma como si de su amiga se
tratara.
El tiempo no pasa en vano por
supuesto y un día siendo ya una viejita dulce y silenciosa, la familia la vio
ir al solar y de allí al gallinero y la vieron acurrucarse al lado de los
huevos que le robó a la pata azucena. De este modo partió feliz nuestra
querida Patita hacia el reino de los cielos emplumados donde la esperaba su
mejor amiga.
Ahora, a pesar del tiempo; las veo a
veces caminar felices entre los árboles del bosque y las escucho hablar y reír.
Patricia Lara P.
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