Durante
toda mi infancia y parte de mi juventud me mordí las uñas. Me avergonzaba
sobre manera ese hábito; que mostraba de mí, inseguridad extrema, falta de amor
propio y ajeno y no sé qué otras cosas más. Siempre estaba bellamente vestida y
hasta maquillada; despeinada eso sí, pero hermosa. Ese defecto o efecto
de vida me apenaba mucho. Trataba constantemente de ocultar mis manos y
si alguien preguntaba por qué lo hacía, el rubor poblaba mis mejillas llegando incluso
hasta las orejas.
Un día cualquiera tomé la decisión perentoria y fulminante y empecé a hacer consciente esa actitud tan molesta. Eso entonces me permitió dejar el "vicio" y mis dedos largos por fin pudieron ser mostrados.
El año pasado empezaron algunos problemas familiares que trajeron a mi vida la niña insegura y asustada. Y el hábito odiado regresó. Me lastime los dedos y con ellos la autoestima.
Un día cualquiera tomé la decisión perentoria y fulminante y empecé a hacer consciente esa actitud tan molesta. Eso entonces me permitió dejar el "vicio" y mis dedos largos por fin pudieron ser mostrados.
El año pasado empezaron algunos problemas familiares que trajeron a mi vida la niña insegura y asustada. Y el hábito odiado regresó. Me lastime los dedos y con ellos la autoestima.
Miraba
mis manos y regresaba la niña de ojos tristes, que se sentaba en algún sitio
oculto de la casa a morderse los dedos.
Estuve y aún estoy triste, pero al hacer consciente de nuevo, la situación; regresa la mujer que lucha, la que se enfrenta a la vida, la que a pesar de todo intenta siempre ser mejor, ser feliz.
Estuve y aún estoy triste, pero al hacer consciente de nuevo, la situación; regresa la mujer que lucha, la que se enfrenta a la vida, la que a pesar de todo intenta siempre ser mejor, ser feliz.
Mis
manos vuelven a estar cuidadas y la sonrisa retorna. La vida puede ser y será lo que uno quiera.
Patricia
Lara P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario