Y era tanto el odio que él le tenía
que cada día
le daba un beso cargado de veneno
le fue con el
agriando el carácter.
Le fue cambiando el rictus de los labios
de estar erguida, altiva
pasó a encorvarse.
Perdió entonces el brillo en los ojos
y en los labios.
Se fue secando lentamente
y un día;
se rompió en mil pedazos.
Quedó esparcida al viento
acariciando almas
como lo hizo siempre.
Un brillo aquí y allí
dejaba una sonrisa en unos labios,
un susurro ponía pensamientos
alegres en las mentes,
una caricia del viento
alegraba las almas.
Ella siguió brillando siempre
y derramando amor.
El veneno envenena
no cabe duda.
Pero envenena más
al que lo porta.
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