lunes, 13 de junio de 2011

Apaciblemente

Siempre ha parecido bien que un hombre mayor tenga una relación sentimental e incluso se case con una mujer menor pero al contrario aún es un tabú. Los hombres se mofan de aquellas que por alguna razón venciendo los prejuicios lo hacen y ni que decir de las mujeres que somos tan crueles con nosotras mismas.

A él desde siempre le gustaron las mujeres mayores. La primera mujer que amó fue su profesora de kínder, soñaba que ella lo acunaba tiernamente en sus brazos y en las clases se sentaba a su lado y le acariciaba con disimulo la pierna. Más adelante su profesora de artes fue la depositaria de su amor y aprendió a masturbarse en las noches pensándola, imaginándola ardiente entre sus brazos. Luego a pesar de tener novias y amigas de su edad siempre se fijaba y soñaba con mujeres mayores. Todas ellas encantadoras a su modo de ver. Muy sexys y femeninas y además dotadas de atributos que las jóvenes a sus ojos no tenían. Le agradaba imaginarse reclinado en su pecho, recostar su cabeza en sus piernas y mirar los ojos ya con alguna arruga pero plenos de sabiduría y de bondad y que además lo miraban con pasión y amor al mismo tiempo. Amaba incluso la pancita que con los embarazos y el correr de los años casi todas tenían.

Con el tiempo se casó y a pesar de pensar que amaba a su esposa mientras le hacía el amor pensaba en la vecina de al lado. Una mujer ya entrada en años pero tan apetecible que habría dado la vida si fuera necesario por tenerla en sus brazos una noche.

La mujer se sabía observada y admirada y eso la llenaba de alegría y satisfacción, incluso a veces imaginaba un encuentro romántico a la luz de las velas o una visita nocturna inesperada.

Una tarde de tantas mientras paseaba por su jardín se vieron e inspirados ambos por el fresco clima, por la tarde-noche primaveral llena de aromas y de arrullos se acercaron tímidamente primero y luego plenos de pasión. Besos, abrazos, suspiros y más adelante silencio.

Ella reclinada en su pecho parecía dormir, luego al sentirla tan fría pensó en abrigarla, en cubrirla y fue cuando se dio cuenta que en el paroxismo del amor había exhalado su último suspiro.

Tuvo miedo y corrió, regresó a su casa a los brazos de su mujer que dormía apaciblemente.

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