viernes, 18 de junio de 2010

Dormida

La sorprendió dormida.  Siempre la había deseado pero nunca se había logrado imaginar siquiera que un día la tendría a su alcance, prácticamente en sus manos, frágil, indefensa como estaba ahora.  Había sido una suerte pasar por su casa y encontrar la puerta entreabierta. Había sido una gran suerte que nadie lo hubiera visto entrar sigilosamente y más que nadie en la casa lo hubiera visto o escuchado.  Pero era una mayor fortuna tenerla ahí a unos centímetros de sus dedos, de sus manos y totalmente dormida.
Su cuerpo reclinado en la cama, casi desnudo y cubierto levemente por una sábana blanca, tan blanca como imaginó siempre el alma de la que siempre fuera la mujer amada, la idealizada en todos los momentos y la más deseada.
Desde donde se encontraba no percibía el rítmico latido de su corazón pero en el cuarto un leve aroma, algo como un almizcle flotaba en el ambiente.  No podía dejar de mirarla.  Tan blanca, tan angelical, tan inalcanzable como siempre.  Pero no; ahora estaba equivocado no era inalcanzable, estaba ahí a un paso, de sentirla entre sus brazos, de poseerla completamente, de hacerla suya y ser de esta manera el hombre más feliz del mundo.  Del mundo no, de la galaxia entera.
Temía moverse, temía delatar su presencia con su respiración, agitada y entrecortada, sentía correr el sudor por su cabello y deslizarse incluso por su espalda. Su felicidad era total e intuía que el menor movimiento suyo la pondría sobre aviso, la despertaría y muy seguramente pediría ayuda, gritaría.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde el momento maravilloso que se encontraba en su presencia pero la claridad del alba se filtraba ya por las cortinas del cuarto y apreciaba con mayor facilidad el perfil de su amada.  Ya no temblaba tanto y lograba respirar con mayor facilidad, incluso disfrutaba enormemente lo que lograba observar en la penumbra.  La cara blanca, una pequeña sonrisa dibujada en el rostro, el pecho casi completamente descubierto pero lleno y magnífico como siempre imagino aún a través de sus trajes serios de gran ejecutiva.  Veía también las piernas dobladas y en una posición incluso incómoda, demasiado tal vez.  Hasta ese momento no pensó que a pesar del tiempo no se había movido, no había suspirado entre sueños ni estirado los brazos siquiera.  Incluso lo que inicialmente imaginó como sombras ahora se daba cuenta que no lo eran.  Eran manchas en la cama, también en las paredes y en el piso.
¿Qué extraño? ¿Por qué motivo un cuarto tan inmaculado, en el que dormía un ángel estaría sucio y tan manchado?
Notó que más claridad se filtraba por entre las cortinas, empezó a sentir que la casa cobraba vida.  Toses de personas despertando tal vez, pasos apresurados, llaves de agua que se abrían y cerraban y hasta un aroma a café se filtró por debajo de la puerta.  Pero ella; su amada no se movió siquiera.  Pensó que tenía el sueño pesado y que incluso podría haberse recostado a su lado para que su felicidad fuera total.  Por una noche siquiera, él; pobre mortal habría disfrutado del calor de su amada.
Siguió ahí parado mirándola arrobado, al cabo de un momento asustado percibe que llaman a la puerta, al no obtener respuesta desde afuera, entra en el cuarto la madre.  Se aproxima a la cama y con la mano suavemente mece a su hija llamándola. La empuja un poco más fuerte, y nada, llega hasta la ventana, descorre la cortina, la abre y al entrar el sol a raudales, este; ilumina completamente el cuarto.
La señora en ese momento ve al hombre y grita, chilla.  Pasea su mirada rápidamente por el cuarto y grita más fuerte aún mientras se desliza al piso desmayada.
El hombre continúa parado en el rincón mientras el cuarto se va llenando paulatinamente de personas.  Primero la familia, los amigos, pronto la policía que muy seguramente se preguntará qué hace él allí.
Y él solo atina a pensar en qué momento la mejor noche de su vida se ha convertido en su peor pesadilla.

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