lunes, 14 de junio de 2010

Crónica de una despedida

La vida siempre es curiosa, le va llevando a uno casi insospechadamente por donde desee que vayamos. Hace alrededor de 15 días le dije a mi esposo que fuéramos este fin de semana que acaba de pasar, es decir, del 12 al 14 de Junio a celebrar con su papá el día del padre. Yo sabía que mi abuelita María estaba enferma pero llevaba tanto tiempo malita que se había vuelto costumbre. El día 11 cumplió años Jr, y llamé a mamá para que lo felicitara por su cumpleaños. Ella me dijo que gracias a Dios yo la había llamado pues ella no se había acordado del onomástico del nieto mayor y eso le habría molestado mucho, pero que estaba en el hospital con su mamá pues se encontraba muy enfermita.

Más tarde cuando llamó mi hermano a saludar al sobrino le pregunté que como había seguido la abuelita y me dijo que no sabía que estaba hospitalizada que pronto me llamaría para confirmarme cualquier cosa.

Al día siguiente ya en carretera mi hermana me llama a decirme que estaban donde la abuelita y que ella la veía muy mal, que intentáramos llegar hasta allá para darle un saludo por lo menos. Eso hicimos y desviamos el camino para llegar primero a Arauca. Ya entrando en el pueblo queda el puesto de salud y paramos ahí para dar el saludo. Entro en él y llego a una sala completamente vacía, no se ve un alma por parte alguna, veo en frente un corredor largo con puertas a lado y lado, pero lúgubre y más bien oscuro. Camino por él llena de miedo y pensando en las películas de los muertos vivientes. No veo a nadie aún y doy gracias por haber dejado la niña entre el carro. Escucho voces y dando excusas pregunto a una enfermera que atiende un paciente si la abuelita María se encuentra allí. Ella responde que no, que ya está en la casa. Doy las gracias rápidamente y salgo casi corriendo del lugar; a tiempo de impedir que la niña y mi esposo entren a aquel sitio tan lóbrego.

Nos subimos de nuevo al carro y emprendemos camino hacia la casa. Llegamos y están las tías y algunos amigos en la casa. La abuelita descansa en su cama, parece que duerme pero se queja, me aproximo a besarla pero me rechaza; explican que no reconoce a nadie ya. Le intentan dar un medicamento y no lo recibe, tomo una jeringa y con ella de doy a beber el calmante que le ofrecían, además una cucharadita de agua dulce. Se recuesta en mi brazo y se relaja un poco. Al cabo de un rato nos despedimos y emprendemos el camino hacia Manizales, llegamos; visitamos a la familia de mi esposo, le damos el regalo a mi suegro y lo invitamos a almorzar al día siguiente. Quedamos en fecha, hora y sitio.

Al día siguiente más o menos temprano vamos de compras pues el papá de Ricardo desea un pescado preparado en casa. Ya con todo listo nos dirigimos a la casa de una cuñada y empiezo a ayudarle a preparar el almuerzo, estoy elaborando el jugo cuando recibo una llamada. Mi hermana me avisa que acaba de fallecer la abuelita. Le doy gracias a Dios pues uno lo que menos desea es ver sufrir a alguien a quien quiere tanto y al que le debe tanto además. Decidimos partir para Arauca de nuevo así que le digo a mi esposo que se quede con la niña y su padre celebrando lo previamente acordado y que yo saldré con Ángela para acompañar a mamá en esos momentos dolorosos.

Llegamos a la casa de la abuela de nuevo esperando que ya solo esté la familia pero ahí en la cama está aun el cuerpo de la abuela. Descansa plácidamente, incluso por momentos pienso que respira que en cualquier momento se volverá de lado y nos hablará. Conversamos quedamente, recordamos tiempos idos, incluso reímos con sus ocurrencias. Cuenta una tía por ejemplo, que cuando le llevaron la silla de ruedas la sentó en ella, la pasearon por toda la casa y finalmente la dejaron frente a la puerta de entrada mientras conversaban rodeándola desde diferentes sillas. Ella al cabo de un momento pregunta: ¿A esta cosa que le pasó... fue que ya se dañó? ¡Tan bella la abuelita ¡

Estando ahí sentados llegan los de la funeraria, la meten en su ataúd y se la llevan para siempre de su casa. Se siente el vacío, la soledad y pensar que solo una se ha ido.

Partimos de nuevo para Manizales y en la noche nos reunimos en casa del hermanito mayor. Hablamos de muchas cosas, reímos un poco pero aun cuando ella no siempre estuvo con nosotros la extrañamos. Quedan en ir temprano a estar con la familia y luego asistir al cementerio a dejar los restos de un ser que nos amo mucho. Que no fue solo abuela sino más bien madre de algunos de los que allí estábamos. Yo no puedo estar en ese momento, tengo que cumplir con los vivos. Mi hijo nos espera en casa y doña Leonor no entendería que dejáramos de ir a verla.

Adiós María la O, espero que cuando me toque el turno, tú me estés esperando sonriente y feliz y me recibas con los brazos abiertos, con las manos llenas de bendiciones y con los ojos llenos estrellas.

Te quiero y siempre estaré agradecida por todo lo que por nosotros hiciste, por tantos sacrificios, tantos trasnochos y por el rincón de tu cama que compartías conmigo gustosamente.

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