lunes, 7 de junio de 2010

El fútbol aficionado

Llegan, se saludan de mano, sonríen amistosamente y hasta se abrazan. Han acordado encontrarse desde hace ya unos días y esperan con impaciencia el momento.
Se cambian de ropa. Pantalón corto, camiseta amplia, medias largas, zapatos adecuados para correr, saltar y evitar al contrincante. Aun sonríen, continúan dándose la mano y palmeándose la espalda. Suena un timbre, no hay árbitro en la contienda pues es un partido "amistoso".
El balón parte raudo desde la mitad de la cancha hacia alguno de los lados, los hombres-niños corren tras de el, se empujan, se agarran de las prendas o los brazos, incluso se arañan, se dan puntapiés, mas empujones, resoplan, y hasta putean en un momento dado.
Todo eso continúa por espacio de una hora en la cual los ojos brillan, lanzan chispas de enojo, los cuerpos transpiran. La intensidad del primer momento no cesa. No hay tiempo de parar a tomar aire o agua, un instante puede ser definitivo y puede llevarlos a perder la contienda.
Se juega para ganar aun cuando siempre exista la idea que es para divertirse un rato, desestresarse, sudar para conservar la figura esbelta de los tiempos idos.
Hacen un gol de un lado y otro del otro, corren de nuevo, la secuencia se repite una y otra vez. Corren se empujan, se agarran de la ropa y de los brazos, los ojos brillan y hasta se putean de nuevo. Suena el timbre.
El tiempo se acabo y amistosamente se estrechan las manos, se palmean la espalda, se felicitan, toman juntos cerveza y ya en el bar comentan el tercer tiempo reglamentario. Se citan de nuevo para una semana después y salen como los mejores amigos del mundo.

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