Escucho el chirrido. Clicliqui cli, clicliqui cli... Una y otra vez hasta que la mesa del anfiteatro llega a la altura adecuada. Descubren el rostro pálido y frío y efectivamente es el hijo de alguien. No el mío. El apretujamiento en el pecho se relaja con un suspiro audible. No es mi hijo. !Dios mío! Ahora que lo pienso el miedo contenido antes, y el descanso de ahora para pasar instantáneamente a la tristeza de los otros. Ese que yace ahí, es el niño de alguien. Esa persona lo extrañará de ahora en adelante por siempre. Cada instante le dejará un vacío. En el corazón, en el cuarto, en la mesa. Ya no habrá más esa molesta fila en el baño. Ya no habrán gritos ni reproches. Ya no habrán más llegadas tarde. Ya no tendrá una novia, una esposa, unos hijos. Ya no serán abuelos. ¡Dios mío! La vida debería detenerse ahí. Para qué continuar. ¡Con eso basta!
No hay comentarios:
Publicar un comentario