Uno a uno fueron cayendo como ratas. La vida les cobraría con creces todo el dolor que le habían causado a esa niña y en ella a la humanidad entera. El pueblo se llenó de fantasmas. Las calles polvorientas, la paredes antes encaladas ahora cubiertas de lama y de hollín. Puertas apenas sostenidas por el viento. Lo único que podían esperar era morir rápido. Pero no, eso no les sería concedido.
Patricia Lara Pachón
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