Margot y el cumpleaños (Causa y Efecto)
Entre cantos y felicitaciones, Margot sopla las velas. El vino es bueno, los pasapalos y la compañía también; son pocos quienes le rodean en la celebración, sus afectos más preciados y cercanos.
La conversación salta de uno a otro tópico común en las celebraciones de natalicios, hasta que, al calor del vino se dicen verdades -o ingratitudes- inconfesas. Margot defiende su punto, ríe, alega, -¡ustedes ni saben..!- espeta, cuando se refiere a las vivencias de su pasado, poco edulcorado, a pesar de los años transcurridos.
Por un momento se va hacia el ventanal y, entre un sorbo de la primera copa de vino tinto que aún no se acaba y un suspiro, abre la puerta a la remembranza; esa a la que siempre evita atender porque las ocupaciones del día a día piden más atención.
Al fondo de la calle ve con ternura a una niña cuya mirada silente le habla de verdades y dolores no contados. Es el encuentro furtivo y fugaz con una niña interna que aún está herida y de una mujer que creyendo haber sanado, se voltea a verla para descubrir, sorprendida y triste, que aún está convaleciendo en ese pasado que se hace presente en esa mirada mutua; un encuentro -tardío para una, muy temprano para la otra- en el que se ven, se entienden, se saben una, y dos, causa y efecto. Margot la deja ir con la niebla suave de la calle (¿o de sus ojos?), sonríe y canta, tararea un bolero que, dice, aprendió en su niñez... Canta y sonríe, a sabiendas de que ahora son dos las tristezas ocultas bajo sus ojos café. Come pastel y suspira para enfocarse y encontrar, entre los recuerdos amargos la dulzura del pastel, ¡del momento!
B. Osiris Bocaney
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