lunes, 13 de octubre de 2014

La sirenita





Sentada meneando su colita, con una estrella de mar enredada en su rubio cabello, la niña miraba al cielo.  Se le dificultaba pues el agua azul verdosa, las algas y los peces; obstruían mucho de lo que arriba pasaba.  Le habían prohibido subir a la superficie y por eso mismo estaba obsesionada con ver lo que ahí pasaba.
A veces si se concentraba mucho veía las aves volar, una que otra sumergirse y entre su pico atrapar a un pez incauto.
Deseaba volar, ver todo el mundo.  No aquella parte en la que se encontraba como atrapada, sino todo el mundo.
A veces también se llegaba hasta la orilla y miraba la gente.  No eran muy diferentes de ella; y sabía que perfectamente podía camuflarse entre ellos pues había notado que cuando tocaba tierra le desaparecía su hermosa y brillante cola y le surgían dos bellas piernas largas y fuertes.  Ya había intentado ponerse de pie y no era para nada difícil.  Lograba dar pasos inseguros sí; pero con el uso y el ejercicio sabía que lograría dominar plenamente la técnica de caminar como lo hacían aquellas personas.
Pensaba que si subía a un sitio alto también le saldrían un par de alas blancas y brillantes, que reflejarían hermosamente el color del sol,  y eso era lo que ella deseaba hacer.  Las piernas eran útiles y buenas pero ella quería ir más lejos aún. 
Se pasaba pensando y maquinando la forma de escapar por un buen rato para tener tiempo de constatar lo que se le ocurría y poder de esa forma entrenar sus alas.  Las imaginaba tan brillantes como su cola y tan fuertes como sus piernas y deseaba recorrer con ellas el ancho y vasto mundo.
Por fin, aquella noche; cuando todo el mundo dormía, ella salió a la playa, trepó con dificultad la ladera de la verde montaña y desde el acantilado se lanzó extendiendo los brazos.  Cayó.  A una velocidad tal que pensó que volaba.  Pero no; se estrelló ruidosamente contra las rocas puntiagudas que la esperaban.  No alcanzó a exhalar un suspiro siquiera y el dolor se apagó de pronto. 
A pesar de lo que los otros dijeran, ella; lo había logrado.  Nadó en su ancho mar, caminó por arenas doradas y voló por aquel cielo azul.  Solo un instante fue suficiente para cumplir su sueño y ser plenamente feliz.

Patricia Lara P.

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