(Un regalo de la querida Nanita Yolanda de la Colina Flóres)
No sé si se han
detenido a pensar en el gesto ese de desespero en el cual uno se lleva ambas
manos al rostro y se cubre con ellas la cara, todo incluido, ojos, nariz y boca
y luego las va bajando despacio como se
limpiara el dolor, los recuerdos, la desesperanza.
Piensen en ese ese momento en el cual las manos se deslizan y uno con la vista fija en un punto en el suelo mira de nuevo las manos; las observa.
Piensen en ese ese momento en el cual las manos se deslizan y uno con la vista fija en un punto en el suelo mira de nuevo las manos; las observa.
Fue en ese momento
en el que me di cuenta que una más de mis máscaras se había desprendido y entre
mis manos estaba. Como la piel de una serpiente, como un reflejo que era
yo y a la vez no lo era.
Ahora, descansa en mi mesa de noche
junto a otras dos o tres o más; no sé cuántas, y yo las miro a ratos y hasta les
quito el polvo que se va acumulando y pienso en la que era y no soy.
Porque la dichosa máscara se cayó de pronto y no pude volver a ponérmela de
nuevo.
Patricia Lara P.
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