Uno guarda unas
cosas porque quizá en un momento las necesite. Otras; porque las desea mandar a
arreglar o componer. Unas más porque son recuerdos invaluables.
Otras cosas son absolutamente necesarias y así. La casa se llena de
trebejos varios que a veces ni alcanza uno a limpiar y van acumulando polvo y
telarañas. Eso; en lo físico. Pero ya hablando de la mente, la cosa
es otra. Uno a veces desea enterrar los recuerdos, olvidarlos por siempre
y de pronto retornan a hacer daño unos y otros a alegrar el espíritu. Uno
sonríe como bobo a ratos y se siente feliz. Otros por el contrario; el
decaimiento es tal que lo apachurra a uno. A veces es la ira que regresa
igualita que antaño o hasta más grandecita; como si hubiera sido cuidada con
amor y abonada. ¡Hijuemadre!
No sé por qué me toca, cada tanto
relamer los recuerdos. Esto de agarrar un objeto y dejarlo en una caja o
pensar en tirarlo o agarrar un cajón y observar lo que tiene adentro y confesar el alma. Hablar con uno mismo y
empezar de nuevo o de viejo. Pues las
cosas están ahí; se quedaron guardadas esperando que las retome un día; y nada.
Patricia Lara P.
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