Arrastra las pantuflas. No es para nada vieja pero se siente vieja. Se cansó de pronto y fue entonces que la vejez la invadió sin prisa pero también sin pausa. Antes alegre, locuaz, sonriente y feliz. De pronto, al instante siguiente. Vieja.
No la vejez física,
sino la que repleta el alama. La que la va llenando lenta pero
paulatinamente y de pronto... ¡pum! Explota; y luego solo quedan guijarros de algo o trozos
mustios, o sencillamente escombros roñosos y viejos, llenos de la pátina del tiempo,
deslustrados.
Arrastra unas
pantuflas, pero igual pueden ser unos zapatos viejos, una colcha de retazos
sucios o los años que sin ser tantos, si son muchos.
Cansancio de vivir, de ser, de
estar. Ganas de despedirse e irse o, ni siquiera eso; partir y ser de nuevo alguien o nada.
Para efectos legales, no está. Solo se arrastra.
Patricia Lara P.
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