Se acurrucó despacio. Como si el peso del mundo lo impeliera a hacerlo, y se quedó mirando al suelo como si en ello le fuera la vida. No prestó atención a nada de lo que pasaba a su alrededor pues su mundo en ese instante era solo eso. El suelo y él ocupando el menor espacio posible. Una hormiga parecía magnífica a su lado.
De pronto fue
cayendo en la cuenta de que el tiempo había pasado. Que el sol que antes
le había quemado la cara que ahora le ardía con fuerza había desaparecido
y en su lugar una luna redonda y brillante estaba.
Se perdió en la
negrura de la noche y deseó ir saltando de estrella en estrella. De
pronto, como si de una aparición se tratara; una de ellas fue cayendo despacio;
como en cámara lenta; cruzando el firmamento. Y un destello de luz iluminó
su mente y deseó... deseó, que todo lo que le había dolido desapareciera.
Que el día que se había acabado nunca hubiera existido o que apenas iniciara
para hacer las cosas de nuevo. Pero en este momento hacerlas bien.
Al instante
siguiente se encontraba en su casa; en su cama; el despertador sonaba a las 7
A.M. como de costumbre y ella estaba a su lado.
Arrobado la miró; con el amor de
siempre y fue ahí cuando se dio cuenta que nada había cambiado. Ella
estaba cubierta de sangre, arropada a su lado como la había dejado antes de
dormir. El cansancio se había apoderado de su cuerpo y tuvo que
hacerlo. Ahora; despierto de nuevo el día iniciaba y solo le quedaba
huir, correr hacia aquella calle ardiente y hacerse lo más pequeño que
pudiera. Agacharse despacio, soportar el sol inclemente y de nuevo la
noche y la luna y las estrellas y aquella fugaz que lo llevaría de nuevo al
principio terrible de aquel día nefasto.
Patricia Lara P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario