viernes, 29 de octubre de 2021

Respirando por la herida

 

Algunos critican porque se le da una mejor vida a un animal que a un cristiano. Yo le he dado lo mejor de mi a cada uno de los que se han cruzado por mi camino y han necesitado de mis cuidados. 

Sucede es que el universo entero no depende de mí. Así que hago lo mejor que puedo.
Yo aquí pensando en las injusticias de la vida, en el hambre, las guerras, las personas malas y demás.

Bueno... Yo respondo únicamente por mí.

Patricia Lara P

Pierde

Pierde

Piérdelo todo
-incluso a mí-
pero por nada pierdas
la esperanza.

Pierde el rumbo
una y otra vez,
si eso te lleva 
a hallar la ruta
hacia ti.

Piérdeme de vista
en tus recuerdos
que yo sabré renacer
en el brillo de tu alegría,
en la fresca sonrisa 
matutina de tus ojos.

B. Osiris Bocaney

Viviendo


 Esa manía de pensar que lo que nosotros hacemos es lo correcto y que los demás están equivocados.

No, cada quien vive su vida a su manera. Bien o mal, es su vida y nadie tiene derecho a juzgar.
Además, ¿Quién no se ha equivocado nunca?
¿Quién puede decir que es infalible?
Vivir es caminar, tropezar, caer y levantarse, y seguir caminando. Y así, hasta que ya no hay más vida.
Yo aquí pensando pensamientos mientras deshojo una margarita imaginaria.

Patricia Lara P

Absurdo o grosería

 Lo leí en Twitter: "Muy sugestivo el top. El que no la conozca hasta puede pensar que está buena".

Horripilante que alguien le diga algo así a una chica.
Muy seguramente para él no este bien. Pero habrán muchos para los que no sólo este buena.
Aquí me quedo pensando pensamientos.

Patricia Lara P

Bobadas mías

 


Hoy me desperté muy temprano. Escuché que llovía y me dio flojera/pereza mirar la hora. Cerré mis ojitos de nuevo y luego me desperté a otra hora que no supe.
Me puse las gafas, agarré el teléfono y fui al baño. (El teléfono se volvió obligatorio allí). Intenté leer y no pude. Estaba ya por llorar pero no tenía tiempo. Fui a preparar el desayuno de Ricardo y le alisté la ropa.
Tomé el teléfono de nuevo y olvidé que tenía las gafas en la cabeza, así que agarré las que estaban sobre el libro en mi mesita de noche. 
Leí bien, vi todo "correctamente".  Al terminar decidí tender la cama. Al subirme las gafas a la cabeza noté que tenía las otras.  ¿Y que creen? ¡Eran las de ver televisión! Jajajajajaja.  Con razón no lograba leer nada.
Es que los años no llegan solos.  No sé rían tanto que para allá van también jajajajaja.

Yo.

Patricia la decadente jajajajajajajaja (risa nerviosa).

Patricia Lara P

Los pies

Los Pies


Mientras me preparo tardíamente para iniciar mi caminata dominical (práctica recién retomada -luego de un abandono de casi treinta años- durante las últimas semanas de esta prolongada cuarentena), enciendo mi teléfono y entra una avalancha de mensajes.  Opto por no leerlos porque sé que mi adicción -exacerbada también en la cuarentena- me llevará a sentarme a leer y despistarme, haciendo que postergue esta actividad que mi cuerpo y mi mente claman por llevar a cabo.  

Terminando de prepararme, pienso en el dolor que parece triturar mis pies -todo mi cuerpo, en realidad- cada día y por un momento dudo en la decisión de salir.  Gana mi voluntad: saldré (¡todo sea por la más mínima disminución de mis espasmos corporales!).  Me pongo los arneses que sujetan mi columna en su sitio y los ajusto, me tercio lentes gorro y tapabocas y, de camino hacia la puerta para ponerme las medias y los tenis, exprimo un poco de la crema analgésica que se ha vuelto mi compañera inseparable en estos últimos años.  En la silla junto a la puerta, me siento y -en mi afán por aliviar su dolor- aplico  la crema sobre mis pies, acariciándolos a conciencia, con un suave pero profundo masaje.  Duelen.  Vuelvo a dudar si he de dar la caminata.  Vuelve a ganar mi voluntad. Me calzo las medias y los tenis.

Abro la puerta y antes de salir, me tercio el bolso negro (a juego con el color de mi raída indumentaria) en el cual aguardan mi identificación, mi teléfono celular, los audífonos y una botella desechable, cargada con agua fría, previamente aderezada con una cucharadita de bicarbonato y emprendo mi caminata de hoy.  Coloco música y, mientras tarareo su melodía, me dedico a leer el cuento de una señora muy loca -a quien considero mi amiga y absoluta colega de desvaríos y chorradas- en el que la protagonista sufre un dolor tan grande en los pies que desea un milagro que la libere de su sufrimiento; milagro que se ve realizado con la materialización de un soberano machete, con el que corta sus extremidades y se libera del suplicio a medida que transcurre su exanguinación.  Pienso en mi propio dolor y esa idea me acompaña durante los cinco kilómetros de corto recorrido dominical. Escucho música, respiro, tarareo... Y pienso en el cuento y en mi dolor.  Tropiezo -estricta y figurativamente- con muchas personas, casi tantas como historias imagina esta loca mente mía.  Camino al ritmo de la música, bailando en mi mente, abstraída del ruido del mundo circundante, pero no tanto como para olvidar la idea de los pies, del dolor.  

En el recorrido de retorno, me llama la atención, de entre todos los grupos que van, vienen, juegan, bailan y conversan, un grupo de unos ocho niños que juegan en la calle cerrada al tránsito automotor, en una cancha improvisada con límites laterales imaginarios y sendas arquerías delimitadas por piedras prestadas de la construcción aledaña, suspendida indefinidamente.  Los niños de este grupo irradian una especie de armonía y gozo infantil que cautiva mi atención inmediatamente.  No gritan, no se empujan, juegan como en un armonioso baile.  En el borde de la acera, un fotógrafo con una franela de la selección vinotinto que me causó curiosidad en mi recorrido de ida, permanece -cámara en mano- sentado en el mismo lugar, solo que ahora él también parece cautivado por los niños.  Los enfoca, fotografía y sonríe, casi con el mismo júbilo y candor de los amateurs futbolistas que corren y patean un notoriamente desgastado balón de volleyball.  Sin detener mi andar, los observo y disfruto, acercándome para avanzar por un costado de su efímero campo de asfalto. Llama mi atención un chico que destaca, por la agilidad con que se desplaza y por la destreza con la que conduce el balón, atravesando el espacio dominado por sus oponentes, en busca de un gol.  Sus blancos, cuidados y delgados pies destacan entre los de sus compañeros por su blancura. Y porque van descalzos.  Está descalzo en el asfalto que, a pesar de estar cobijado a la sombra de un viejo araguaney,  irradia el calor de los rayos de sol recibidos desde las seis de la mañana.  Y la desnudez de sus pies no parece resentir los tropiezos con sus oponentes, el impacto del balón, la aridez del terreno, ni el calor del asfalto, tal es su gusto y emoción por el juego que disfruta.  Trato de verlo bien, no sea que mis ojos me engañen. Ya más cerca del grupo un hecho dilucida cualquier asomo de duda: en el borde de la calzada, a unos metros de donde se halla el fotógrafo, sin más custodia que la propia exposición y como en un sitial de honor que ningún viandante se atreve a profanar, reposa un par de zapatos, algo deteriorados y descoloridos , cuidadosamente colocados contra el borde de la acera.  Su medida, a simple vista, coincide con la de aquel par de pieciecillos que, a escasos tres metros de distancia, saltan de un lado a otro en busca del balón.  Sonrío, maravillada, por el candor, la inocencia y la confianza que denota dejar los zapatos a la vera del camino, en una ciudad donde las necesidades, la precariedad parecen estar a la orden del día.

Sigo avanzando y sonrío aún más. Y bailo imaginariamente, mientras me acerco más a mi punto de partida.  Ya a punto de llegar, bajo el ritmo de mi caminata, comprimo un poco los dedos de los pies, buscando aminorar su dolor.   Camino lentamente hasta llegar a mi residencia.  Ya es casi mediodía y el sol está en lo más alto.  Hace calor y sudo copiosamente.  Ya en casa, vuelve a mi mente  la imagen del niño de los blancos pies descalzos y de sus zapatos.  Rezo por que nunca le falten,. Evoco mi pasado y recuerdo que hace un año yo mismo mutilé mis pies con un machete.  Me retiro la gorra, el tapabocas y los lentes.  Tomo un largo trago de agua (a veces pienso que solo la saco a pasear) y suspiro, mientras retiro las prótesis de mis piernas y las coloco a un lado para quitarles los zapatos y las medias.  Vuelvo a colocarles un poco de crema y me pregunto cuándo dejarán de dolerme los pies.

B. Osiris Bocaney

Dolor

 Me dolían tremendamente los pies, los miré concienzuda sin notar absolutamente nada extraño. El dolor provenía de ellos, fluía hacia el exterior y se acumulaba por todos lados. Era absurdo sentir que se iba posesionando de todo mi ser. Era loco notar que no podía pensar en nada más que en eso. En ese dolor ensordecedor, enloquecedor.

La luz brillaba tan intensa que no me permitía concentrarme adecuadamente para darle órdenes a mi cerebro. En ellas le indicaría que fuera calmando todo eso que me estaba volviendo loca. Pero no, tan sólo no lograba concentrarme en algo que no fueran mis pies y ese dolor intenso.
Cerré los ojos y pedí un milagro. Y de pronto ante mis manos tenía un machete. ¿Cómo llegó hasta ahí? Aún no lo entiendo. Igual y sin pensarlo, razonar o decir. Corté de tajo el pie izquierdo y continué con el derecho.
La sangre fluía a raudales y con ella fluía y se alejaba ese dolor intenso.
Ahora sí podré tener un respiro. Ahora podré descansar en paz.

Patricia Lara P

Desorientación

 


Cuando uno llega a un sitio nuevo. Quiere caminar por los espacios otrora habitados. Espera, encontrar las cosas dónde antes estaban. A veces uno se despierta un poco desorientado y debe reacomodarse, reacomodar la vida, la historia a lo que es en la actualidad.
Incluso las cosas más sencillas; el papel en el baño, el jabón en la ducha, el café en la despensa, desaparecen del imaginario actual y se remontan al pasado.
A veces estamos tan dormidos que la vida que vivimos pareciera la de alguien más.
¿Les ha pasado? Aquí me quedo yo... Pensando pensamientos mientras deshojo recuerdos.

Yo.

Patricia Lara

5 pesos

 5 Pesos


Cinco pesos y una vida.
La que se va, en cada recodo,
en cada curva,
en cada manoseo.
La que queda
tras uno que otro escarceo
y crece -queriendo y no-
en un vientre gastado.
Alcancía de cinco pesos
para el mercado
para los pañales,
¡para la madre que exige
y goza la colecta!

Cinco pesos y un nombre.
El de la desidia y la miseria 
de una sociedad 
-cómplice y progenitora-
de una tarifa, 
del nombre del dolor
empadronado a la orilla
de la ruta camionera.

Cinco pesos y ni para la cuenta.
De los pañales,
de la renta, del mercado.
Ni de los gastos funerarios
del cuerpo que yace inerte
a la vera del camino.
Ni para el cuento
de una vida
(de su muerte).

Cinco pesos esparcidos,
dispersos.
Como las lágrimas,
como la prole, hoy sin madre.
¡Difusos e inciertos
como el futuro!

B. Osiris Bocaney

Papá

 Papá


Me gustaría escribir algo lindo de él. Pero en realidad no tengo en mi cabeza muchos recuerdos. En realidad muy pocos.
Me gustaría decir que se preocupó por nosotros. Pero no tengo recuerdos al respecto.
Quizá el mejor recuerdo es de cuando fue a conocer a mi hijo. Dijo que ya no veía, pero que quería tocarlo. Lo tomó en sus brazos y lo cargó unos segundos, dos minutos a lo sumo. 
Luego se fue y no lo volví a ver jamás.
Me gustaría tener algunos recuerdos lindos... de mi papá.

Patricia Lara P

La veinte pesos

 La veinte pesos


Acabo de leer en algún comentario del Facebook que una señora era apodada "la veinte pesos". Eso llevó a mi mente a deambular por diferentes sitios tratando de encontrar el o los motivos para que fuera denominada por muchos de esa manera.
Al parecer y solo porque así lo imaginé. Ella era asidua acompañante de camioneros. Por la módica suma de veinte pesos, además de charla agradable podían parar en algún recodo del camino y tener sexo.
Tenía ella en su casa muchas bocas para alimentar. Bocas que eran cada vez más numerosas debido precisamente a su forma de ganarse el dinero.
No supo sino quien había sido el padre de su primer hijo. Los demás fueron producto se rebuscarse la comida para aquel y la de los que lo siguieron.
Su madre a pesar de insultarla todos los días y todas las horas que la tenía en frente. Recibía gustosa el dinero "sucio" que le entregaba.
La veinte pesos era una mujer como tantas sufrida y resignada.
Un día al no volver a la casa con la comida para la muchachada fueron a buscarla a la carretera por la que trabajaba. La encontraron agonizando, con la boca reseca y llena de hormigas y suplicando unas gotas de agua.
Es muy triste lo que les sucede a tantas "veinte pesos". 

Patricia Lara P

La vida no da espera

 


Hoy, cuando me desperté no sabía que día era. Lo único que no quería hacer era levantarme de mi cama. Al cabo de un minuto de confusión recordé que había que alimentar a los gatos, al pez y sacar a Capitán a hacer pipí. Subí a la cocina y tuve que poner a cocinar la comida de Borges. Ahora espero que se enfríe un poco para poderla servir. Aún no hago las otras cosas.
Y tengo una pereza de padre y señor mío.
Pero la vida no da espera. Ahí voy.
Feliz día tengamos todos y en lo posible seamos felices.
Patricia Lara P

Podólogo alternativo


Podólogo Alternativo

Patricia llego al Centro Podológico Alternativo de lo más entusiasmada y con muchas expectativas, pues le comentaron sus vecinas que era un servicio totalmente diferente y de la más alta calidad. Previamente, tal como le habían recomendado, pidió cita por teléfono con dos días de anticipación, confirmando dos horas antes, en la fecha acordada.
Como en la cuarentena era muy necesario cuidar el distanciamiento, se aseguró de que le confirmaran que no coincidiría con nadie más en el espacio donde la atenderían.  Tapabocas y gel antibacterial de por medio, llegó al lugar concertado para la cita, hacia donde salió con anticipación, pues el cielo amenazaba con lluvia y no quería pecar de impuntual.

Una vez en el sitio, un joven muy atento la llevó hacia un cubículo ,la ayudó a reclinarse en una mullida silla térmica y muy cuidadosamente le retiró los zapatos.  Inmediatamente y sin mediar palabras, le dio un masaje de la pantorrilla hacia abajo, con especial énfasis en los dedos de sus pies. Patricia sintió que con la fricción de aquellos aceites esenciales que olían tan deliciosamente, sus pies estaban recibiendo las caricias de un ángel. 

Terminado el masaje, el atento Asistente Podológico -como se presentó-  acercó a los pies de Patricia un hidromasajeador y sauna de pies, dónde sumergió ambas extremidades de nuestra amiga.

Pasados unos veinte minutos, con una toalla prístina y suave, se dedicó a secarle cuidadosamente cada uno de los pliegues de sus pies, luego de lo cual los volvió a sumergir en algo que el llamaba pediluvio, inmersión que duró aproximadamente unos treinta minutos durante los cuales Patricia -entre bostezos y cabezadas- disfrutó de una melodía de ambiente que le hacía rememorar las aguas corrientes de un río y el trino de muchas aves, en una ensoñación deliciosa. 

Culminada la media hora en el pediluvio, el joven retomó la sesión de masajes podales y, sin que viniera a cuento, se retiró el tapabocas y comenzó a cortarle las uñas y arrancarle los pellejitos de los pies a mordisco limpio y directo, sin ningún asomo de asco o escrúpulos. Patricia, sorprendida y aún somnolienta, no podía ni moverse y abismada observó la destreza y pericia con la que aquel joven era capaz de arrancar hasta el más pequeño rastro de cutícula con sus dientes, con una rapidez y precisión indescriptibles.  

De pronto la inmovilidad y la sorpresa dieron paso al dolor y al pánico, cuando sintió un tirón en el dedo gordo y vio que le empezaba a sangrar. Súbitamente, Patricia salió de su sopor y cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo; se percató de que el joven le sonreía mientras succionaba con fruición el pequeño río de sangre que -tal vez por los múltiples estímulos previos- manaba del dedo gordo de su pie izquierdo con una abundancia nunca antes vista por ella. Como una posesa, aterida a impactada, Patricia agarró sus macundales, no sin antes darle un empellón al joven, que fue a dar de trasero sobre las aguas residuales en el pediluvio donde previamente le había lavado los pies a la señora que -según le habían dicho- venía recomendado por sus mejores clientes.

Patricia, por su cuenta, emprendió la retirada camino a casa con el dedo sangrante y la pata coja gritando: " ¡Qué va carajito ya me remojó, ya me ablandó, me mordisqueó.. ni por el putas me quedo para que me coma!"

Y allá va, calle abajo, cojeando, apretando el paso y mirando hacía atrás cada tanto, pensando por qué carajos no se hizo ella misma la pedicura, aunque las uñas le quedaran choretas.

B. Osiris Bocaney

Puntualidad

 Soy sumamente puntual pues respeto mucho el tiempo de la gente. Por lo mismo, espero que mi tiempo sea respetado igual.

Hoy tenía una cita a las tres de la tarde. A pesar de que llovía mucho y en vista de que no tenía forma de comunicarme con la persona. Agarré sombrilla y salí. Al llegar al sitio la persona no estaba. Procedí a solicitarle a una amiga mutua el número de teléfono y la llamé. Al primer intento no respondió. Así que llamé de nuevo, ya que algunas veces no tenemos tiempo de responder debido a las cosas que guardamos en los bolsos. Respondió a la segunda oportunidad. Diciendo que se le había hecho tarde, que el aguacero no la había dejado salir de donde estaba, que en vista que tenía cosas pendientes mejor se había quedado, que pensaba llamarme. Yo no dije nada. Pero estoy furiosa. 
¿A qué hora pensaba llamarme si la cita era a las tres y yo llegue puntual? ¿Si tenía cosas pendientes porqué hizo una cita conmigo?
No intentó tampoco  disculparse ya que sus excusas no eran a mi modo de ver válidas y la hicieron quedar mucho más mal.
Que Pereza la gente así.
He dicho.  Respiro profundo. Y me quedo pensando pensamientos pensantes.

Patricia Lara P

martes, 28 de septiembre de 2021

Puntualidad, divino tesoro


Soy sumamente puntual pues respeto mucho el tiempo de la gente. Por lo mismo, espero que mi tiempo sea respetado igual.

Hoy tenía una cita a las tres de la tarde. A pesar de que llovía mucho y en vista de que no tenía forma de comunicarme con la persona. Agarré sombrilla y salí. Al llegar al sitio la persona no estaba. Procedí a solicitarle a una amiga mutua el número de teléfono y la llamé. Al primer intento no respondió. Así que llamé de nuevo, ya que algunas veces no tenemos tiempo de responder debido a las cosas que guardamos en los bolsos. Respondió a la segunda oportunidad. Diciendo que se le había hecho tarde, que el aguacero no la había dejado salir de donde estaba, que en vista que tenía cosas pendientes mejor se había quedado, que pensaba llamarme. Yo no dije nada. Pero estoy furiosa. 
¿A qué hora pensaba llamarme si la cita era a las tres y yo llegue puntual? ¿Si tenía cosas pendientes porqué hizo una cita conmigo?
No intentó tampoco  disculparse ya que sus excusas no eran a mi modo de ver válidas y la hicieron quedar mucho más mal.
Que Pereza la gente así.
He dicho.  Respiro profundo. Y me quedo pensando pensamientos pensantes.

Patricia Lara P

Limbo


Limbo

¡Soy un fantasma!  ¡Soy un puto fantasma invisible e inaudible, pero no inmaterial, condenado a vagar del portón al ascensor, y viceversa! Mi cuerpo está en una alcantarilla del sótano de mi edificio, dos niveles por debajo del estacionamiento subterráneo, secándose en una mezcla de cal viva, hipoclorito sódico, y amonio cuaternario, cubierta por una gruesa capa de granzón y escombros que oportunamente desecharon algunos vecinos.

Nadie me extraña, tal vez porque nunca fui muy sociable y mucho menos buen vecino. Nadie me extraña, ¡nadie!  ¡Y estoy muerto y soy un puto fantasma! Nadie me ve, nadie me oye, pero todos me tropiezan, se golpean contra mí, trastabillean con mis cadenas y voltean a ver, buscando qué les hizo tambalearse.  Trato de evitarles el mal momento, pero estas pesadas cadenas apenas se mueven cuando lo intento (¡ja!, ¡maldito Dickens, maldito Scrooge, que me hicieron creer en vida en la volatilidad y ligereza de el estado fantasmal, maldito Maupassant, maldito Horla!... ¡Malditos cuentos de terror que me hicieron soñar con un limbo ingrávido y divertido esparciendo el terror a mis anchas!).  ¡Odio mi vida fantasmal y odio estas endemoniadas cadenas!  Son como un yugo autónomo, dotadas de una maligna intención, que me arrastran por este pasillo durante el día. Se desplazan a voluntad, llevándome de un lado a otro a su conveniencia: en las horas de poco tránsito recorro a grandes zancadas los ciento cincuenta metros de longitud de este pasillo del edificio en el que viví.  Si baja un vecino con su mascota, allí me llevan las cadenas, ¡justo al lugar donde el bichito va a depositar sus evacuaciones!, y me convierto en receptor de sus desechos, que cada día suman intensidad a esta fetidez que me acompaña (¡otra puta ficción desmontada: los fantasmas tenemos olfato y también olores fétidos y nauseabundos!). En las horas de mayor circulación, mis cadenas me anclan en el ascensor: en la puerta, para hacer caer y tropezar a ancianos, embarazadas y niños, o en la cabina, si hay alguien que osa quitarse el tapabocas, para que la saliva que expulsa al hablar caiga sobre mi rostro.  He salido solamente diecisiete veces, una por cada fallecido en el edificio durante la pandemia: me han arrastrado a sus apartamentos, obligándome a yacer en su lecho de muerte y acompañar sus cuerpos hasta el horno crematorio.  Allí las cadenas se tornan rojo vivo y abrasan mi cuerpo, causándome estas ampollas que no dejan de supurar.  Luego regreso caminando todo el recorrido y, aunque el cansancio y el calor me sofocan, no puedo parar de andar hasta llegar a la planta baja del edificio donde viví los últimos veinte años de mi vida, para volver a esta rutina de desatinos.

Veo a mi vecino, el que de roba los autos, el que me quitó la vida al inicio de la cuarentena en el sótano porque temió que yo le descubriera mientras extraía cauchos y reproductores de sonido (¡al fin supe quién es!), y no puedo detenerlo, las cadenas me llevan a donde guarda su alijo, haciéndome cómplice de sus vandalismos.  También me hacen subir en carrera  los dieciséis pisos hasta el apartamento de Lucía, su mujer.  Me sientan en su sofá, mientras el ebrio de su marido las muele a golpes a ella y a su hija, sin que yo pueda hacer nada para evitarlo, como tampoco lo evité en vida porque cuando oía sus gritos, subía el volumen a la TV.  Permanezco allí hasta que se desmayan o él se larga dando un portazo.  Lloro, mis lágrimas me escuecen las quemaduras del rostro, quisiera morir, pero ya estoy muerto.

B. Osiris Bocaney

Esperó y esperó

 Esperó y esperó a que llegara

Y siguió esperando
Y esperó tanto
Que en su ausencia y espera  se desesperó.
Él jamás entró de nuevo por esa vetusta y destartalada puerta.
Jamás la saludó como acostumbraba hacerlo.
El olor de costumbre no llenó sus sentidos de nuevo.
Aún lo espera
A pesar de que las telarañas se posesionaron de las cosas
De todas las cosas
Incluida como una cosa ella
Que aún lo espera.

Patricia Lara P

Fingimientos

 

Ella se mostraba como no era. Hasta que se cansó de hacerlo.
Es que fingir constantemente es agotador.

Patricia Lara P

Ficción o realidad

 El bus de Ventura


Recuerdo que al día siguiente de salir a vacaciones. A eso de la una de la tarde, mis hermanos y yo. Muy pequeños aún y ocupando dos de los puestos consecutivos, muy seguramente los de la primera fila al lado del conductor al que éramos encomendados, viajábamos rumbo a Arauca. Un pueblo en el ombligo de dos cordilleras y atravesado de lado a lado por el río Cauca. Calles polvorosas, calor constante y pobreza general. La experiencia del viaje era terrible. Un recorrido hoy de unos 45 minutos, tardaba en aquella época unas 6 horas. El ruido del motor, el olor terrible a gasolina, el sudor de las gentes, la fetidez en general de las personas. Me hacían vomitar constantemente.
Todo el tiempo miraba la ventana esperando por fin observar las primeras casas del pueblo. Vista que me llenaba de regocijo pues la casa, los brazos, y la hermosa sonrisa de la abuela eran el premio. 
Abuela, "bendición" -decíamos- y ella con esa sonrisa hermosa y acompañada esta con el gesto de su mano nos santiguaba.
Eran algo así como tres meses de alegría. 
No tengo en mi memoria el retorno a la casa materna. Imagino que era el mismo Ventura que nos llevaba en igualdad de condiciones a Manizales.  Imagino el vómito de nuevo, el olor a gasolina y la rutina que nos esperaba. Y claro... El deseo de nuevas vacaciones aun a pesar del bus de Ventura.

Patricia Lara P

Otra persona


Las cartas siguieron acumulándose en el buzón. Todas para ella. Y ella ya no estaba. Era solo un recuerdo casi siempre malo. Uno que otro destello de sonrisas y risas, una que otra demostración de afecto. Una que otra mirada enternecida.

Las cartas seguían llegando. Gente que quien sabe qué era lo que veían en ella. Gente que la apreciaba, que la consideraba bella y buena.
Si, esas cartas que describían un ser desconocido. Otra persona.

Patricia Lara P

Fuera de contexto

  Hay muchas cosas que uno dice que se pueden sacar de contexto. Me gusta, prefiero pensar que la gente no es mala, que la malinterpretamos....