El tornado
Viana llegó a la calle ochenta y ocho y se sorprendió tremendamente. Habían allí otras varias Vianas. Mujeres exactamente iguales a ellas. No entendía qué pasaba. No entendía porqué ni como había llegado hasta allí. De pronto el silencio comenzó a ser audible, los murmullos se hicieron palabras y luego gritos. En ese momento la calle estaba llena. Para ser más claro el asunto, ninguna de las Vianas había fallecido por lo tanto no debía haber llegado una "nueva". Los habitantes de la calle la miraban asombrados y se observaban entre sí, sin parpadear siquiera.
Un viento helado a pesar del clima maravilloso que casi siempre se sentía en la calle ochenta y ocho, empezó a barrerla y del cielo descendió un pedestal magníficamente elaborado. Este se posó pesadamente en el patio de la casa de Viana. Los habitantes de la calle ochenta y ocho avanzaron, entraron a la casa y llegaron ante el objeto.
El viento cada vez más frío empezó un giro constante sobre la recién llegada. Un pequeño huracán la fue elevando por los aires. Viana, con los ojos desorbitados, la boca abierta, las manos apretadas en el pecho, contuvo las ganas de gritar que se ahogaron en su garganta. De pronto fue elevada por los aires y depositada sobre el pedestal, el cual se cerró por sus tobillos impidiéndole cualquier movilidad. Viana como una llamarada destelló en reflejos rojos y dorados y luego se apagó quedando convertida en una estatua de carbón, una enorme presión la cobijó completa y un brillo diamantino surgió.
Viana convertida en un piedra preciosa azul brillaba y refulgía.
Los Octavios y Vianas entendieron que de esa manera había sido "corregido" el error. Fue como un llamado a la cordura el hecho de sentir que debían inaugurar la estatua. Finalmente era la primera vez que algo tan dramático sucedía. Casi todos estuvieron de acuerdo en hacer un brindis, e institucionar la fecha del primer error en la calle y conminaron a Octavio a realizar un brindis y cortar la cinta roja con la cual fue envuelta la "estatua".
Únicamente Viana, su antecesora se negaba a participar de la actividad. El solo hecho de pensar que habría podido ser ella le ponía la piel de gallina.
Patricia Lara Pachón
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