Ella
Un día, en medio de su desesperación se vistió como siempre pero no tan como siempre. Lo hizo como en automático. Se levantó, preparó el desayuno y las loncheras, llevó las niñas a la escuela. Las besó como siempre pero olvidó decir que las amaba. Llevó a su esposo al trabajo y luego lo pensó mejor y le permitió quedarse con el auto. Al irse lo miró como al descuido y con dos dedos le arrojó un beso. Metió las manos en el bolso y sacó la billetera. Vio adentro y tenía una suma de dinero insospechada. Un fajo de billetes, dos tarjetas y algunas monedas. La cédula de identidad e incluso un viejo carné de vacunas. Sintió que era otra vida y apretando los billetes en la mano, los introdujo al bolsillo del pantalón. La cartera con todas sus pertenencias fue arrojada en un basurero cercano.  Caminó en dirección contraria a su lugar de trabajo, y no se paró ni un instante. La calle céntrica la condujo a otra más silenciosa y menos concurrida y está a una carretera poco transitada. Levantó la mano pidiendo un aventón y un auto paró y se ofreció a llevarla a un pueblo cercano. Ahí compró un par de mudas de ropa y unos tennis. Se comió un paquete de rosquillas y un refresco. Tomó un bus hacia el sitio más lejano que se podía y durmió a ratos. Se bajaba en alguna de las paradas, iba al baño y comía algo. Llegó a un pueblo en la costa. Se sentó en el parque y averiguó si había algún sitio que le rentara una habitación. Durmió de golpe dos días seguidos. Se despertó, se dió un baño en el mar y regresó a su cuarto. Preguntó si había forma de conseguir un empleo. El dinero se agotaba y ella estaba comenzando una vida.  Un pescador le ofreció un canje, cama y comida por realizar labores varias. Siendo contadora de una pequeña empresa no estaba acostumbrada a realizar cierto tipo de trabajos. Pero ahora era ella otra y se le midió al reto. Cada día dejaba más atrás a la empleada, esposa y madre y se convertía en ésta mujer curtida por el sol y con las manos callosas. Se enamoró de un hombre cálido que vivía del mar. Manos enormes, espalda ancha y un pecho en el que la cabeza de ella se recostaba tranquila.  Tomados de las manos veían transcurrir la vida repleta de amor.
Patricia Lara Pachón 
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