domingo, 26 de octubre de 2025

Yo

 Flujo de conciencia II 


Yo


¡Qué rico como el viento mece las hojas de los árboles!... debo ponerme las pilas, no he hecho las llamadas para los medicamentos de mamá, pero estoy lavando la ropa, ¡y además tengo que recoger y doblar la otra!... Déjame aprovechar barrer mientras escucho un audio, ¡Dios, que no se me olvide llamar para lo de los medicamentos!... ¿Qué será ese olor extraño?, mejor enciendo un par de velas y el incienso rapidito para ir por algunas verduras y la brincha de carne. ¿De qué será ese bendito olor extraño?, tengo que buscarlo y limpiar cuando lo encuentre... Pongo agüita en las plantas y voy a lo de las llamadas... ¡aún no tiendo la cama!... Cuando salga, que no se me olvide que debo comprar el foami y el pegante... Se me está yendo la tarde y aún no he paseado a Capi; el arroz está seco, lo tapo y me siento un ratito con el gato que quiere mimos. Lau tiene hambre, ¿será que le preparo algo? ¡Tan lindo Capi, como se saborea mendigando! ¡Qué rica brisa que mueve las hojas de los árboles!, esos pétalos se ven bellos al caer... ¡Empezaron a llover, llover flores y esta lluvia amarilla que dora la calle está como para escribir un cuento!... Con esta humedad se me tardará más en secar la ropa... No me está rindiendo la tarde, ¡y todavía tengo que llamar por las medicinas de mamá!


Patricia Lara Pachón 



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Otoño

 Otoño


El otoño un dia se percató que él fue justamente, el preludio de la muerte. Las hojas se tornaron amarillas y cafés, otras doradas. Cayeron motivadas por el viento suave primero y huracanado después. El piso era un tapete crujiente y a pesar de todo hermoso. Los troncos de los árboles inhiestos veían todo con desolación. El pasto se pudrió en sus raíces, fango frío y resbaloso lo cubría todo.

La vida expiraba, ya no se podía esperar nada; y de pronto... Una pizca de verde se asomó temerosa entre toda esa devastación, y después otra y una más. Y todo se volvió verde y las ramas se mecían al viento y como por arte de magia se llenaron de hojas y de nidos con huevecillos y las aves trinaron y se acicalaron y luego en tan solo un parpadeo los colores y olores llenaron los sentidos y el amor lo pobló todo. Las flores se mecían alegremente llenando de fragancia los parques y jardines. Y fue ahí, justamente ahí cuando el otoño se enteró que en realidad era el preludio de la vida.


Patricia Lara Pachón 


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viernes, 24 de octubre de 2025

Los Gatólicos

 

Los Gatólicos 

Cuentan aquellas gentes que pueden contar, que al parque al que iba a reflexionar Octavio el Octavo, recostado en ese hermoso y frondoso Olmo, acudían un grupo de unas seis o siete personas, acompañados de sus mimados mininos.  Ellos acostumbraban hablar de sus gatos como si dioses fueran, contaban con admiración cada cosa que estos hacían. Era tanta la adoración que sentían por sus gatos que terminaron formando prácticamente una secta a la que denominaban entre risas y chanzas "Gatolicismo".
Estos amigos habían observando a Octavio muchas tardes y notaron con algún asombro, que ocultaba cosas entre las raíces del Olmo. Un día,  tan pronto como se había ido, movidos por la curiosidad, sacaron la bolsa y hurgaron en ella analizando su contenido. Lo que más les llamó la atención fue el mapa en el cual se mostraba una ruta al volcán y luego algunos túneles y señales que en su momento no entendieron, ni tampoco les prestaron mayor atención.  De todas formas procedieron a guardar en el mismo sitio las pertenencias de Octavio.
Pasados algunos días. Ellos seguían reuniéndose para discutir cada una de las gracias de sus gatos, pero notaron que el muchacho no había vuelto más. Buscaron entre las raices y ya el paquete no estaba. Así que se dieron a la tarea de investigar que había pasado con él joven y se dieron cuenta que había desaparecido misteriosamente y sin dejar huella alguna, supieron entonces que sus padres y hermanos lo buscaban por cielo y tierra y nadie daba razón de él. Incluso, la vecina Patricia que tenía un par de gatos se acercó para preguntarles si algo sabían. Ellos no dijeron nada, pero empezaron a hablar al respecto y fue entonces que recordaron el mapa.
Movidos por la curiosidad decidieron dirigirse a la montaña a ver si encontraban alguna señal o pista sobre Octavio.  Cada quien agarró su gato, y un pequeño morral con agua y alimento y partieron rumbo al imponente volcán.
No sin dificultad encontraron la boca de una caverna y por allí se introdujeron. Los gatos al parecer conocían el camino, pues apenas entraron, se liberaron de sus collares y correas y levantando la cola y ronroneando felices dirigieron a la pequeña comitiva.
Empezaron a ver señales casi imperceptibles, así que aplaudían cada tanto y maullaban humanos y gatos sin dejar de  continuar su camino.
De pronto, los gatólicos dejaron de ver adelante sus gatos, y por más que los llamaban estos no acudían. Un leve rumor de agua  cruzaba un bosque intrincado.  El arrollo parecía cantar llamándolos... Convenciéndolos... Embrujándolos... Uno a uno se fueron introduciendo en esas aguas mansas como si de un bautizo sagrado se tratase, entonces  las aguas tranquilas enfurecieron.  Uno a uno los miembros de aquella alegre secta  perdió la vida,  lo último que vieron sus ojos aterrados, fueron a sus gatos entrando a una calle recta, pareja y perfecta.

Patricia Lara Pachón 




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El profe


Es que eres un ser humano maravilloso y que motiva mucho. Es genial sentir que debo escribir porque quiero y porque necesito que te sientas orgulloso de hacer que la semilla germine. Que el mundo se llene de palabras que signifiquen todo. 
Me alegra que tengas personas a tu alrededor que te admiren, quieran, respeten y valoren tu generosidad como yo. 
Abrazo grande grande. Y sigue llorando que las lágrimas de alegría son las mejores (creo yo).

Patricia Lara Pachón 


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Pudo ser...

 

Pudo ser...

Una horrible tragedia. Íbamos en el auto Paco, Zor, Sofi, Pao, Lau, Ric y yo. Vi la recta perfecta para  adelantar el carro, obviamente para hacerlo, incluso yo que no conduzco, sé que hay que acelerar. De pronto, en la curva, frente a nosotros aparece la tractomula. Como copiloto le digo a Paco que acelere. Frenar no es opción por los autos atrás, así que veo que lo hace, pero se arrepiente y gira introduciendo el auto entre las enormes llantas. Veo como se va arrugando la latonería, el retrovisor salta y yo me veo a centímetros de quedar atrapada entre latas retorcidas.
Fue hórrido... Dice Zor, yo iba dormida, llevaba sobre las piernas a mi ahijada, cuando abrí los ojos por el crujir de las latas casi se me estalla el corazón. Que cosa más espantosa. Por mi mente pasó la imagen de mi hijo.  ¿Qué habría sido de él sin mi?
Aún no entiendo que pasó, dice Paco. Iba conduciendo el carro nuevo de mi amigo, llevaba a su familia para Medellín e iba a volver a quedarme con mi esposa y mis hijas en su casa campestre. Íbamos hablando tranquilamente, veo la calle recta y avanzo normal y ¡hijuemíchica!, no se de dónde salió esa tractomula. Pienso en desacelerar pero Patricia me dice que acelere, lo hago y luego me arrepiento. Freno y el timón por reflejo lo muevo a la derecha. Me voy metiendo entre las llantas enormes y  un sin fin de pensamientos se apodera de mi mente.  Dañé el carro, casi me mato y mato ésta gente, ¿que hago? ¿que digo? Me estoy volviendo loco, pienso aceleradamente en todo lo que va a suceder en adelante; pero le agradezco al universo que estamos vivos y no hay ningún herido. Bueno... Las latas se pueden arreglar... Pero la vida no tiene precio. Pudo haber sido muy grave.

Patricia Lara Pachón 

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Don perro

 Don perro


Kaiser camina curioso por la calle ochenta y ocho, olfatea aquí y allí y recibe de los Octavios, bocados que disfruta con deleite.  Entra en una casa y en la otra y en todas ellas, es recibido con cariño, le dan palmaditas en la espalda y le sonríen con aprobación. Duerme dónde le provoca y al despertar encuentra algún obsequio de comida deliciosa o algún objeto para su disfrute y juegos.  Es el único perro de la calle y añora a ratos  a las perritas que antaño olfateaba para ver si estaban en calor y por fin dejarles la semilla de su descendencia. Recuerda que un par de ellas tuvieron cachorros igualitos a él.  Como buen perro luego de unos días se olvidaba de ellas, pero jamás de ellos.
Empezó a pedir en sus sueños que una perrita también llegara para compartir las horas apacibles en la calle ochenta y ocho, pero nunca desea irse de allí. Pues es feliz en esa tranquilidad que emanan los miembros de esa comunidad. 

Patricia Lara Pachón 




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Buuuuuu

 

Buuuuu


Hubo un tiempo en el que la calle ochenta y ocho estaba recién nacida y había al final de ella una casa que sin haber sido habilitada se veía derruida por los años; el clima. Las paredes desconchadas, en las que se notaban varias capas de pinturas, los pisos llenos de protuberancias y de huecos, de raices y plantas, las puertas y ventanas carcomidas por el comejen y por el oxido.

Los muebles en el interior se sostenían por algún embrujo o milagro. El más leve roce las haría caer sin ruido alguno convertidas en polvo de estrellas.

Al ingresar en ella, Octavio el Octavo notó pues era imposible no hacerlo, la casa. Luego de entrar en la suya propia y de observarlo todo, su rumbo se encaminó a la casa en ruinas. Intuyó, porque intuir era su destino que la casa lo esperaba para contarle sus secretos. Entro en ella intentando no tocar nada ya que el temor le impedía incluso respirar, de pronto de una de las esquinas de la sala empezó a crecer y a aproximársele una en un principio minúscula cabeza que fue creciendo mientras iba abriendo la boca en dirección al visitante. Se sucede entonces una implosión que deja a Octavio aturdido, parado en medio de la nada; cubierto de polvo y en medio de un montículo del mismo.

La situación lo dejó lleno de dudas y de cavilaciones. ¿Sería acaso esa la última casa de la anterior calle ochenta y ocho? ¿O quizá la primera que volátil iba a posarse en otro volcán en otro mundo y momento?

Octavio el Octavo sería acompañado por esas preguntas por mucho tiempo.


Patricia Lara Pachón 


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El principio

 

El principio

En el principio de los tiempos la calle ochenta y ocho empezaba a ser. De pronto, adentro del volcán empezó un viento suave y luego un poco más fuerte y después un remolino. Y al llegar la calma allí estaba ella. La calle larga, recta y perfecta y flanqueándola, las casas  magníficas y las macetas iguales y todo, todo exactamente idéntico. En medio de la calle un viejo, de jeans un tanto desgastados, camiseta amarilla, de poco menos de metro setenta, cabeza calva, piel canela, gafas, y con una sonrisa grande, admiraba la obra que imaginó debía  haber sido creada por un ser superior. Ferdinand se llamaba. El hombre se gira y mira por instinto pues siente la presencia de alguien y mira hacia la entrada y ve a los primeros Octavios ingresar. Se siente descubierto y pensando en huir siente de nuevo la imperiosa necesidad de transmitirles alguno de sus recuerdos. Los deja acercarse y les dice: "Todo lo que empieza tiene que acabar" y después continúa "la calle ochenta y ocho que es como se llama éste lugar. Un día llegará a su fin. Se sucederan casi eternamente los Octavios y las Vianas, hasta que un día empezaran a acontecer cosas diferentes, distintas, será el momento en el cual empezará el principio del fin y el viento que lo creó todo, se lo llevará todo".
Ellos, escucharon al hombre y guardaron en sus mentes el recuerdo del anciano y de su profecía. Y sin más dilación se instalaron sin temor alguno en la casa que sería su hogar por tiempo indefinido. Cuando fueron llegando nuevos vecinos, referían la historia del viejo señor y les hacían saber también que lo habían visto desaparecer como en une suspiro. Después el recuerdo se fue disolviendo hasta que al correr de la vida en la calle, parecía que había sido tan solo un sueño.
La calle ochenta y ocho apenas empezaba y pasaría mucho tiempo y se sucederían muchas cosas antes de que llegara a su fin.
¿Su fin?

Patricia Lara Pachón 

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Lucía

 

Lucía 

Un día cualquiera entre tantos otros tan idénticos que se vivían en la calle ochenta y ocho Viana rompió en llanto.  Lloraba quedito dejando correr las lagrimas por su rostro y caer en su pecho dejando cada vez que la mancha de ellas en su blusa se hiciera más y más grande.
Lloraba sin parar, el consuelo no llegaba y los demás habitantes de la calle ochenta y ocho la observaban con pena. Uno a uno también fue rompiendo en llanto. No sabían porqué pero su tristeza en lugar de menguar crecía. Todos querían saber porqué ese dolor se había apoderado de todos y cada uno de los habitantes de la calle, como si fuera propio.  El dolor les apretujaba el pecho y no había forma de dejar de llorar.
Viana, en esa paz y armonía que se vivía en la calle había tenido un recuerdo. Uno de su vida anterior.  En su momento el dolor había sido amordazado, pero ahora había crecido dominándola, y no solo a ella, también a los demás.
De pronto en los recuerdos de cada uno de ellos apareció Lucía. Su alegre y sonriente amiga. Viana la conoció cuando llegó a vivir a esa ciudad caliente y festiva. Y Lucía abierta y cariñosa como era la adoptó. La convirtió en su hermana y la hizo parte de su familia.
Solían ir de compras, y morir de risa con tantas bobadas compartidas. Tomaban café y hablaban de lo humano y de lo divino. Se volvieron una.
Un día, un fatídico día Lucia enfermó de gravedad y Viana que tuvo que ir a otra ciudad supo que ya jamás la volvería a ver con vida. Mantuvieron comunicación vía telefónica , a pesar de que las llamadas de larga distancia costaban un ojo de la cara.  Hablaban constantemente y se lo contaban todo.
Viana la llamó un día y la notó agotada, muy cansada.  Lucía había perdido a su hija hacia unos meses y ya no quería luchar más. Sentía que lo mejor era bajar las manos y partir.  Viana lo percibió así, finalmente se reconocían aún en los susurros.  Le dijo. ¿Estás cansada? Lucía respondió sí.  Pero no puedo hablar ahora, más tarde te llamo.  Viana esperó su llamada pero la que recibió fue la de la otra hija. En ella le decía que lucía había sido hospitalizada, que estaba en coma inducido. Viana le mandó su cariño, le pidió que le dijera cuánto la amaba y que estaría en sus oraciones y en su corazón siempre. 
Unos días después,  Viana encontró esa llamada perdida en su teléfono. Su amiga, hermana si le había cumplido la promesa, la había llamado antes de entrar en la clínica para no salir con vida ya más.
El dolor de esa despedida que finalmente no se dió le oprimió el pecho, las lágrimas fluían sin cesar.
Aquel recuerdo tan vívido se transfirió de forma mágica a los demás habitantes de la calle y les mantuvo en duelo por algunos días y las lágrimas les surcaron los rostros dejándolos algo así como vacíos.

Patricia Lara Pachón 



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Doña Patri

 

Doña Patri 

La llegada de Kaiser y su milagrosa transformación tenía maravillado a Octavio el Octavo, de tal forma que le dedicaba momentos de contemplación. Una tarde brillantina.  Alguna brisa, el brillo de una roca, alguna brizna flotante; lo llevó a su hogar familiar, a su vida anterior que ahora parecía tan lejana. Vio a sus padres sentados a la mesa conversando, a sus hermanos en sus diversas ocupaciones y a su cariñosa vecina Patricia Lara, hablando con las plantas que amorosamente cuidaba en su jardín. Vio, recostados en el peldaño de la puerta de su casa a los dos hermosos gatos que ella amaba con locura. Bastian y Borges y observó  también a Capitán, el perrito que alguien dejó debajo de su naranjo y que nada más verlo, lo sintió propio. Lo adoptó con el amor acostumbrado, que además era mayor debido a la tristeza del abandono del animalito.
Recordó Octavio el Octavo, con cariño; las veces que viendolo sólo lo invitó a su casa a tomarse alguna bebida fría o caliente acompañada de buena conversación, de consejos y de miradas que atravesaban el alma. Gracias a ella, él vivió ratos apacibles que le llenaban el alma. La recordaba con cariño y respeto, ella se sabía amada por muchos debido a que siempre estaba dispuesta a regalar alguna frase cariñosa, algún consejo, una sonrisa franca.
Octavio recordó la noche anterior a su partida y la vio a través de la ventana. Ella le hizo un gesto de adiós con la mano y entrecerró los ojos en un mohín propio de ella. Él le devolvió el gesto con la mano y le sonrió. Quiso acercarse a ella, decirle adiós y que la extrañaría , pero sabía que ella intentaría disuadirlo.
Octavio entró a su casa con el corazón un poco apretujado. Recogió aquellas cosas que necesitaría y ocultó el recuerdo de la querida señora en un hermoso recoveco de su alma.
Al día siguiente partió hacia el volcán, hacia su destino.

Patricia Lara Pachón 




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Pesadillando

    Pesadillando


Tuve un sueño espantoso. Mi casa era de un piso y exactamente como la quería, pero estaba llena. Llena de gente, amigos. Todos amigos. Iban y venían de aquí para allí. Eran demasiadas personas. Yo enloquecía. Sentados prácticamente en mis plantas, todos los muebles ocupados, los gatos escondidos, Capitán gruñendo y reculando, e incluso un muchacho en la bañera medio llena. Yo, enloquecía. 
De pronto entran voces estentóreas desde la calle, voces que conminan a salir y ubicarse frente a la puerta de la casa. Mi esposo sale dispuesto a enfrentarlos y lo pierdo de vista. 
Todos esos muchachos que estaban en mi casa se han ido, los vecinos se fueron ubicado al frente de sus casas. Familias no muy numerosas y mis dos hijos y yo nos sentamos en los peldaños de acceso a la nuestra.
Estoy aterrada. Hombres uniformados avanzan por la calle diciendo algo por los altavoces, no logro entender lo que dicen pues mi corazón palpita tan fuerte que ahoga los sonidos exteriores.
-Creo que es el temor a lo desconocido que nos espera en éstos momentos-
Yo aquí contándoles mis temores no tan ocultos.

Patricia Lara Pachón




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lunes, 6 de octubre de 2025

El canino

 El canino 


Un día cualquiera en la calle ochenta y ocho Octavio el Octavo perdió un diente. Por increíble que parezca, el canino superior izquierdo se separó de la encía y cayó. Dejó un espacio demasiado notorio en su  sonrisa. Octavio dejó de sonreír y su rostro se tornó huraño.
Empezó entonces a soñar con la vida exterior; a pensar que allá afuera podría tener acceso a servicios medicos incluidos por supuesto los odontológicos.
Penso en su plato favorito. Lo preparaba para sus padres y sus hermanos cada vez que podía. Y ahora ese recuerdo bailaba en su cabeza casi constantemente. Era curioso. La receta era sencilla, pero todos adoraban ese plato. Los hacia sentir felices y satisfechos.
Ese plato suculento para él, en la calle ochenta y ocho no parecía importante. Finalmente siempre había comida deliciosa en cada casa.
Octavio cada día más pensaba en que debía deleitar a todos sus compañeros con un delicioso Ajiaco y tanto lo pensaba y repensaba que un día brotaron en las macetas algunas guascas. Uno de los aliños más preciados del suculento plato.  De la nada y como sin querer en cada una de las casas de la calle ochenta y ocho aparecieron mazorcas, diferentes clases de papa, cebollas redondas y largas, sal, pimienta, pechugas de pollo, crema de leche e incluso unos frascos de vidrio que contenían alcaparras, etc.
Todos miraban con admiración cada uno de los elementos que por separado no eran nada pero juntos... Juntos serían otra cosa.
Octavio recordó que al final del arcoiris había una olla de barro repleta de monedas de oro. La vació y lavó con cuidado. Luego puso en ella agua y como en el cuento de la sopa de piedra, cada uno de los habitantes fue depositando en ella los ingredientes.
El pollo primero, luego la sal, la pimienta, las cebollas finamente picadas y las guascas para que fueran "soltando" sabor y aromas. Después, las diferentes clases de papa para que tuvieran tiempo de ablandarse e incluso deshacerse deliciosamente. Octavio revisó el punto de sal y el sabor. Los demás vecinos observaban y se relamían solo al olerlo. Ya faltando unos minutos pusieron en la olla las mazorcas y retiraron la pechugas. Octavio procedió a desmecharlas y las fue poniendo con sumo cuidado en los platos que cada uno de los habitantes tenía en sus manos. Octavio, su compañero servía la deliciosa sopa sobre el pollo y agregaba la crema de leche y las alcaparras.
Como en un picnic cada uno de ellos se sentó en la calle y procedió a comer el delicioso  Ajiaco.
Las sonrisas iluminaron las caras de los habitantes de la calle ochenta y ocho y ninguno de ellos se sorprendió al notar que a Octavio el Octavo le había salido un diente nuevo.

Patricia Lara Pachón 

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Un man cualquiera

 Un man cualquiera 


Un día entre tantos, un man cualquiera escuchó hablar de la calle ochenta y ocho.  Tenía él una imaginación muy activa así que entendió ese mundo extraño. Se paseaba en su mente por la calle, saludó con una inclinación de cabeza a Viana y le dió un fuerte apretón de mano a Octavio el octavo. Vio el hermoso flamboyán arrojar fuego, observó la proliferación de hormigas, y con no poco asombro notó también el cambio en las flores que se mecían con suavidad en las macetas colgantes. En su mente también creció la imagen de Lucía y doña Patri se le hizo una persona cercana. Le pareció reconocerla en alguna señora que una vez acudió a la presentación de su libro y le pidió con una gran sonrisa una dedicatoria especial.
El man cualquiera realmente no caminó por esa calle, pero fue como si lo hubiera hecho. Vio con no poca felicidad también a Kaiser y lo reconoció al instante, con su cola en alto olfateando aquí y allí.
La calle ochenta y ocho le era un espacio conocido, tan conocido que empezó a buscar el mapa que lo conduciría a allí. Sabía que no debía entrar en ella, pero deseaba verla así fuera desde lejos. 
Podría acaso Carlos, el man cualquiera, ¿observar la vida dentro del volcán?

Patricia Lara Pachón 




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Testimonio

 Testimonio 

Hace unos días empecé a percibir una especie de manchas en el ojo derecho. Era una grande en forma de c y otras más pequeñas. Pedí cita en oftalmología y fui. Al revisarme los ojos el médico opinó que las manchas eran normales, lo delicado era que tenía unas obstrucciones que de haberse cerrado plenamente me habrían ocasionado glaucoma; y eso implicaría ceguera total al cabo de un tiempo. De no haber sido por ese mal "menor" no se habría encontrado el mayor. Por eso es que opino que fue un milagro. A veces la vida nos habla y nosotros hacemos oídos sordos. Hay que estar conectados, observándonos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Las cosas a tiempo tienen solución. Ya me realizaron un procedimiento láser y en unos días tendré revisión. Parte de la recuperación serán los cuidados que hay que extremar para quedar recuperada plenamente. Así que doy fé de que los milagros existen. 

Patricia Lara Pachón

Yo

 Flujo de conciencia II  Yo ¡Qué rico como el viento mece las hojas de los árboles!... debo ponerme las pilas, no he hecho las llamadas para...