Doña Patri 
La llegada de Kaiser y su milagrosa transformación tenía maravillado a Octavio el Octavo, de tal forma que le dedicaba momentos de contemplación. Una tarde brillantina.  Alguna brisa, el brillo de una roca, alguna brizna flotante; lo llevó a su hogar familiar, a su vida anterior que ahora parecía tan lejana. Vio a sus padres sentados a la mesa conversando, a sus hermanos en sus diversas ocupaciones y a su cariñosa vecina Patricia Lara, hablando con las plantas que amorosamente cuidaba en su jardín. Vio, recostados en el peldaño de la puerta de su casa a los dos hermosos gatos que ella amaba con locura. Bastian y Borges y observó  también a Capitán, el perrito que alguien dejó debajo de su naranjo y que nada más verlo, lo sintió propio. Lo adoptó con el amor acostumbrado, que además era mayor debido a la tristeza del abandono del animalito.
Recordó Octavio el Octavo, con cariño; las veces que viendolo sólo lo invitó a su casa a tomarse alguna bebida fría o caliente acompañada de buena conversación, de consejos y de miradas que atravesaban el alma. Gracias a ella, él vivió ratos apacibles que le llenaban el alma. La recordaba con cariño y respeto, ella se sabía amada por muchos debido a que siempre estaba dispuesta a regalar alguna frase cariñosa, algún consejo, una sonrisa franca.
Octavio recordó la noche anterior a su partida y la vio a través de la ventana. Ella le hizo un gesto de adiós con la mano y entrecerró los ojos en un mohín propio de ella. Él le devolvió el gesto con la mano y le sonrió. Quiso acercarse a ella, decirle adiós y que la extrañaría , pero sabía que ella intentaría disuadirlo.
Octavio entró a su casa con el corazón un poco apretujado. Recogió aquellas cosas que necesitaría y ocultó el recuerdo de la querida señora en un hermoso recoveco de su alma.
Al día siguiente partió hacia el volcán, hacia su destino.
Patricia Lara Pachón 
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