Los Gatólicos 
Cuentan aquellas gentes que pueden contar, que al parque al que iba a reflexionar Octavio el Octavo, recostado en ese hermoso y frondoso Olmo, acudían un grupo de unas seis o siete personas, acompañados de sus mimados mininos.  Ellos acostumbraban hablar de sus gatos como si dioses fueran, contaban con admiración cada cosa que estos hacían. Era tanta la adoración que sentían por sus gatos que terminaron formando prácticamente una secta a la que denominaban entre risas y chanzas "Gatolicismo".
Estos amigos habían observando a Octavio muchas tardes y notaron con algún asombro, que ocultaba cosas entre las raíces del Olmo. Un día,  tan pronto como se había ido, movidos por la curiosidad, sacaron la bolsa y hurgaron en ella analizando su contenido. Lo que más les llamó la atención fue el mapa en el cual se mostraba una ruta al volcán y luego algunos túneles y señales que en su momento no entendieron, ni tampoco les prestaron mayor atención.  De todas formas procedieron a guardar en el mismo sitio las pertenencias de Octavio.
Pasados algunos días. Ellos seguían reuniéndose para discutir cada una de las gracias de sus gatos, pero notaron que el muchacho no había vuelto más. Buscaron entre las raices y ya el paquete no estaba. Así que se dieron a la tarea de investigar que había pasado con él joven y se dieron cuenta que había desaparecido misteriosamente y sin dejar huella alguna, supieron entonces que sus padres y hermanos lo buscaban por cielo y tierra y nadie daba razón de él. Incluso, la vecina Patricia que tenía un par de gatos se acercó para preguntarles si algo sabían. Ellos no dijeron nada, pero empezaron a hablar al respecto y fue entonces que recordaron el mapa.
Movidos por la curiosidad decidieron dirigirse a la montaña a ver si encontraban alguna señal o pista sobre Octavio.  Cada quien agarró su gato, y un pequeño morral con agua y alimento y partieron rumbo al imponente volcán.
No sin dificultad encontraron la boca de una caverna y por allí se introdujeron. Los gatos al parecer conocían el camino, pues apenas entraron, se liberaron de sus collares y correas y levantando la cola y ronroneando felices dirigieron a la pequeña comitiva.
Empezaron a ver señales casi imperceptibles, así que aplaudían cada tanto y maullaban humanos y gatos sin dejar de  continuar su camino.
De pronto, los gatólicos dejaron de ver adelante sus gatos, y por más que los llamaban estos no acudían. Un leve rumor de agua  cruzaba un bosque intrincado.  El arrollo parecía cantar llamándolos... Convenciéndolos... Embrujándolos... Uno a uno se fueron introduciendo en esas aguas mansas como si de un bautizo sagrado se tratase, entonces  las aguas tranquilas enfurecieron.  Uno a uno los miembros de aquella alegre secta  perdió la vida,  lo último que vieron sus ojos aterrados, fueron a sus gatos entrando a una calle recta, pareja y perfecta.
Patricia Lara Pachón 
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