El canino
Un día cualquiera en la calle ochenta y ocho Octavio el Octavo perdió un diente. Por increíble que parezca, el canino superior izquierdo se separó de la encía y cayó. Dejó un espacio demasiado notorio en su  sonrisa. Octavio dejó de sonreír y su rostro se tornó huraño.
Empezó entonces a soñar con la vida exterior; a pensar que allá afuera podría tener acceso a servicios medicos incluidos por supuesto los odontológicos.
Penso en su plato favorito. Lo preparaba para sus padres y sus hermanos cada vez que podía. Y ahora ese recuerdo bailaba en su cabeza casi constantemente. Era curioso. La receta era sencilla, pero todos adoraban ese plato. Los hacia sentir felices y satisfechos.
Ese plato suculento para él, en la calle ochenta y ocho no parecía importante. Finalmente siempre había comida deliciosa en cada casa.
Octavio cada día más pensaba en que debía deleitar a todos sus compañeros con un delicioso Ajiaco y tanto lo pensaba y repensaba que un día brotaron en las macetas algunas guascas. Uno de los aliños más preciados del suculento plato.  De la nada y como sin querer en cada una de las casas de la calle ochenta y ocho aparecieron mazorcas, diferentes clases de papa, cebollas redondas y largas, sal, pimienta, pechugas de pollo, crema de leche e incluso unos frascos de vidrio que contenían alcaparras, etc.
Todos miraban con admiración cada uno de los elementos que por separado no eran nada pero juntos... Juntos serían otra cosa.
Octavio recordó que al final del arcoiris había una olla de barro repleta de monedas de oro. La vació y lavó con cuidado. Luego puso en ella agua y como en el cuento de la sopa de piedra, cada uno de los habitantes fue depositando en ella los ingredientes.
El pollo primero, luego la sal, la pimienta, las cebollas finamente picadas y las guascas para que fueran "soltando" sabor y aromas. Después, las diferentes clases de papa para que tuvieran tiempo de ablandarse e incluso deshacerse deliciosamente. Octavio revisó el punto de sal y el sabor. Los demás vecinos observaban y se relamían solo al olerlo. Ya faltando unos minutos pusieron en la olla las mazorcas y retiraron la pechugas. Octavio procedió a desmecharlas y las fue poniendo con sumo cuidado en los platos que cada uno de los habitantes tenía en sus manos. Octavio, su compañero servía la deliciosa sopa sobre el pollo y agregaba la crema de leche y las alcaparras.
Como en un picnic cada uno de ellos se sentó en la calle y procedió a comer el delicioso  Ajiaco.
Las sonrisas iluminaron las caras de los habitantes de la calle ochenta y ocho y ninguno de ellos se sorprendió al notar que a Octavio el Octavo le había salido un diente nuevo.
Patricia Lara Pachón 
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