Buuuuu
Hubo un tiempo en el que la calle ochenta y ocho estaba recién nacida y había al final de ella una casa que sin haber sido habilitada se veía derruida por los años; el clima. Las paredes desconchadas, en las que se notaban varias capas de pinturas, los pisos llenos de protuberancias y de huecos, de raices y plantas, las puertas y ventanas carcomidas por el comejen y por el oxido.
Los muebles en el interior se sostenían por algún embrujo o milagro. El más leve roce las haría caer sin ruido alguno convertidas en polvo de estrellas.
Al ingresar en ella, Octavio el Octavo notó pues era imposible no hacerlo, la casa. Luego de entrar en la suya propia y de observarlo todo, su rumbo se encaminó a la casa en ruinas. Intuyó, porque intuir era su destino que la casa lo esperaba para contarle sus secretos. Entro en ella intentando no tocar nada ya que el temor le impedía incluso respirar, de pronto de una de las esquinas de la sala empezó a crecer y a aproximársele una en un principio minúscula cabeza que fue creciendo mientras iba abriendo la boca en dirección al visitante. Se sucede entonces una implosión que deja a Octavio aturdido, parado en medio de la nada; cubierto de polvo y en medio de un montículo del mismo.
La situación lo dejó lleno de dudas y de cavilaciones. ¿Sería acaso esa la última casa de la anterior calle ochenta y ocho? ¿O quizá la primera que volátil iba a posarse en otro volcán en otro mundo y momento?
Octavio el Octavo sería acompañado por esas preguntas por mucho tiempo.
Patricia Lara Pachón
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