viernes, 24 de octubre de 2025

Lucía

 

Lucía 

Un día cualquiera entre tantos otros tan idénticos que se vivían en la calle ochenta y ocho Viana rompió en llanto.  Lloraba quedito dejando correr las lagrimas por su rostro y caer en su pecho dejando cada vez que la mancha de ellas en su blusa se hiciera más y más grande.
Lloraba sin parar, el consuelo no llegaba y los demás habitantes de la calle ochenta y ocho la observaban con pena. Uno a uno también fue rompiendo en llanto. No sabían porqué pero su tristeza en lugar de menguar crecía. Todos querían saber porqué ese dolor se había apoderado de todos y cada uno de los habitantes de la calle, como si fuera propio.  El dolor les apretujaba el pecho y no había forma de dejar de llorar.
Viana, en esa paz y armonía que se vivía en la calle había tenido un recuerdo. Uno de su vida anterior.  En su momento el dolor había sido amordazado, pero ahora había crecido dominándola, y no solo a ella, también a los demás.
De pronto en los recuerdos de cada uno de ellos apareció Lucía. Su alegre y sonriente amiga. Viana la conoció cuando llegó a vivir a esa ciudad caliente y festiva. Y Lucía abierta y cariñosa como era la adoptó. La convirtió en su hermana y la hizo parte de su familia.
Solían ir de compras, y morir de risa con tantas bobadas compartidas. Tomaban café y hablaban de lo humano y de lo divino. Se volvieron una.
Un día, un fatídico día Lucia enfermó de gravedad y Viana que tuvo que ir a otra ciudad supo que ya jamás la volvería a ver con vida. Mantuvieron comunicación vía telefónica , a pesar de que las llamadas de larga distancia costaban un ojo de la cara.  Hablaban constantemente y se lo contaban todo.
Viana la llamó un día y la notó agotada, muy cansada.  Lucía había perdido a su hija hacia unos meses y ya no quería luchar más. Sentía que lo mejor era bajar las manos y partir.  Viana lo percibió así, finalmente se reconocían aún en los susurros.  Le dijo. ¿Estás cansada? Lucía respondió sí.  Pero no puedo hablar ahora, más tarde te llamo.  Viana esperó su llamada pero la que recibió fue la de la otra hija. En ella le decía que lucía había sido hospitalizada, que estaba en coma inducido. Viana le mandó su cariño, le pidió que le dijera cuánto la amaba y que estaría en sus oraciones y en su corazón siempre. 
Unos días después,  Viana encontró esa llamada perdida en su teléfono. Su amiga, hermana si le había cumplido la promesa, la había llamado antes de entrar en la clínica para no salir con vida ya más.
El dolor de esa despedida que finalmente no se dió le oprimió el pecho, las lágrimas fluían sin cesar.
Aquel recuerdo tan vívido se transfirió de forma mágica a los demás habitantes de la calle y les mantuvo en duelo por algunos días y las lágrimas les surcaron los rostros dejándolos algo así como vacíos.

Patricia Lara Pachón 



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