Falleció ella en el momento en el que mas la amaba. Pudo haber sido antes, antes de entregarle su corazón entero. O después, cuando la monotonía de la convivencia hubiera hecho algunos estragos.
La desolación de su partida le arrugó tanto el corazón, que quedó igual a las hojas del papel en las que intentó escribir su obituario. Arrugado y seco, marchito. Habría preferido morir con ella a padecer su ausencia. El dolor de su partida lo embargaba de forma tal que se ahogaba.
Pero ahí estaba él, vivo. Pero tan muerto o más que ella.
Patricia Lara
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