lunes, 29 de junio de 2020

Zapatos perdidos

*Cuentos de la Cuarentena*

*_Zapatos perdidos_*

La mañana del dieciocho de junio un grupo de vecinos de las Residencias La Paz,  comenzaron a quejarse por sus grupos virtuales de la desaparición de los zapatos que, por precaución y medida profiláctica, habían dejado en el rellano que da al pasillo común de sus apartamentos.  Al principio, al no tener explicación clara, empezaron las elucubraciones, que incluían desde una teoría conspirativa para evitar la movilización de las masas, hasta racionalizaciones de corte esotérico vinculadas a la posibilidad de sobrevivir o no a la pandemia en función de si los zapatos aún permanecían en su lugar o habían desaparecido. Los más osados dejaron caer la palabra robo, acompañada de la duda razonable de la sospechosa conducta  previa de uno que otro vecino con reseña social negativa ya conocida por esas redes.  Salieron a relucir los secretos a voces y a mediodía ya se acusaban directamente entre ellos.
 
Llegados a este punto, hubo insultos, vituperios, calumnias, palabras altisonantes y uno que otro llamado a la calma y a la cordura que, por supuesto, cayó en saco roto.  A las tres de la tarde una docena de bravucones y agitadoras salió a darse trompadas y a proferirse los más novedosos insultos... tanto, que al final, se convirtieron en chanzas, burlas y motivo de risa, con la cual los ánimos volvieron a su cauce, dando pie a un compartir que devino en parrillada y brindis comunitario.  Y es que, tal era el nivel de hastío que les abrumaba luego de tres meses de cuarentena, que cualquier excusa era válida para salir de casa.  Llegó la policía y los funcionarios del servicio sanitario.  Hubo llamados de atención y charlas; también pesquisas.  Todos esperaban y protestaban aglomerados, haciendo caso omiso a las reiteradas solicitudes de mantener la distancia física y de usar tapabocas y quejándose una y otra vez de la larga espera sin que se les permitiera regresar a sus casas (cada prueba tarda quince minutos en arrojar resultados).   En medio del alboroto, se corre el rumor de un caso sospechoso: el hijo de la conserje dio positivo para las pruebas. Empiezan a distanciarse. También su familia. Aparecen los tapabocas; ya gritan menos, los más, preguntan por lo bajo si es verdad, otros se lamentan de haber conversado con la conserje y su esposo.  La novia del muchacho llora, asustada, en una esquina.  Todos saben quién es, pero nadie la conoce, va y viene cada tanto y se queda a dormir donde los suegros, en la conserjería. El silencio se hace ley, las cabezas gachas la norma.
El edificio lleva cuatro días de confinamiento absoluto, precintado y vigilado las veinticuatro horas del día.  No hay quejas por los grupos, tampoco peleas o discusiones.  Y cada noche, a las ocho y treinta, se oye el murmullo de una plegaria colectiva.  De los zapatos perdidos ya nadie se acuerda.

B. Osiris B.

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