martes, 16 de junio de 2020

La señora de los gatos

*Cuentos de la Cuarentena*

_La señora de los gatos_

Siempre, antes de todo este cuento de la pandemia, Ágata salía a las seis treinta de la tarde a dar su caminata de cinco manzanas. La seguía de inmediato un séquito de gatos que, silencioso, parecía imitar su ronroneo y su estilo felino al caminar. Cinco manzanas, cuarentena y cinco minutos y una escolta de una veintena de mininos de todas las razas y tamaños que, felices, disfrutan día a día de su solitaria y agradable compañía (y de las deliciosas galletas que va dejando caer a su paso).  Ni la lluvia, ni la falta de alumbrado público detuvieron todos estos años su cotidiana caminata.  Hasta ahora. Hasta ahora, que hay pandemia. Hasta ahora, que hay toque de queda.  Hasta ahora, que la luna llena la invita a un fresco paseo nocturno, pero las barricadas policiales cortan el paso.  Pero para pasear tiene el paisaje en su recuerdo. Y se asoma al balcón, bañada de este plenilunio color miel.  Y cierra los ojos e inicia su paseo, arrullada por el plañidero maullido de veinte gatos que sorprenden al vecindario al elevar su canto a la luna en una sola voz.  Respira.  Es el día setenta y seis de la cuarentena y la luna llena invita a creer en un futuro mejor...  ¡Y a dar ese tan ansiado paseo!  Respira... Lenta y pausadamente siente la luz  entrar en su ser.  Se siente pequeña, muy pequeña, pero liberada.   Estira con ganas su cuello y su espalda, ronronea y por fin ya su cuerpo humano se transforma en una masa de pelaje gris.  Percibe la barriada con una acústica diferente, como si los sonidos se hubiesen instalado en su cabeza.  Es una percepción muy fina que por momentos la confunde.  Sorprendida, abre sus ojos, los que entorna inmediatamente para adaptarse a la luz.  De frente, muy cerca a su cara, percibe el aliento de dos o tres gatos que esta vez no han medido las usuales distancias.  ¡El aliento!... ¡La cercanía de esos ojazos atigrados!  ¡Estas ganas imperiosas de correr por los tejados!  Ágata se percata, al rascar su rostro con la pata derecha, de su metamorfosis.  Algo en su fuero interno le dice que tiene poco tiempo, así que ¡zas!, da un salto y emprende camino calle abajo, maullando feliz, acompañada -como siempre- de una veintena de mininos de todas las razas y tamaños que, felices, disfrutan un día más de su solitaria y agradable compañía, aunque esta vez las galletas las comerán al retornar al balconcito del apartamento 4E, bañados por la dorada luz de esta luna llena de junio, ¡pero eso ya es otro cuento!

B. Osiris B.

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