Bailarina
Todo era cenizas en
ese mismo momento. Cenizas la casa, cenizas la cama en la que ahora más
cenizas descansaban.
Se acostó a dormir sin
sobresaltos. Acostumbraba dejar todas las noches, encendida una vela para su santo y eso era lo
más normal en su vida. Pero; esa noche al ver las llamas tan bailarinas,
tuvo ganas de bailar con ellas. Hacía mucho tiempo que no se daba unos
pases de baile. Que no se ponía sus zapatos negros de seda y raso.
Que no usaba ese vestido negro que tanto le encantaba y con el cual captaba la
mirada no solo de hombres lujuriosos sino de mujeres que cargadas de envidia la
observaban.
Después de ver la
llama de la vela, bailando, se dirigió a su cuarto. Abrió cajones.
Buscó todas aquellas prendas que no solo la hacían sentir feliz sino sensual y muy
hermosa.
Los ojos le
brillaban, la luz que en ellos había... bailaba.
Acomodó sobre la
cama el vestido, las medias de seda, los zapatos. Buscó la ropa interior
que más le gustaba... encaje negro y rosa y tan ¡sensual!
Se dio un baño
caliente, casi hirviente. Se secó con cariño todo el cuerpo.
Tomó el secador y el cepillo y se peinó el cabello antes tan negro y hoy
adornado con hilos color plata.
Se puso polvos en
el rostro y en el pecho, brillo rojo intenso en los labios, rímel,
pestañina. Se perfumó usando la última gota de aquel bálsamo caro.
Regresó a su cuarto
dejando caer la toalla y viéndose al espejo, se fue vistiendo. La ropa
interior, las medias con liguero, el traje, los zapatos. Se dio una
mirada más ante el espejo y se sintió de nuevo joven, sensual y muy hermosa.
Recordó que lo que más quería era
danzar toda la noche. Se reclinó en la cama y esperó a que las llamas de
la vela de su santo llegaran danzarinas para bailar con ellas.
Patricia Lara P.
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