Y me quedé espantando en esa casa que fue tan tuya. El deseo de ver tu miedo, de ver que temblabas como una hoja al viento, me hacía reír estentóreamente.
¿Era lo que querías? Obviamente no. Deseabas una casa tibia. Un nido para compartir con tu "nuevo" amor y conseguiste una pesadilla para todos los días.
No pudiste disfrutarla ni una hora después de que sacaran mi cuerpo frío, encogido, mancillado de muchas y variadas formas. Las palabras fueron lo primero, los empujones después y los golpes. Muchos Golpes, golpes que herían el cuerpo y el alma.
El odio que me hiciste sentir fue tan absurdamente grande, tan enorme, que me quedé adherida a cada uno de los espacios de ésta tú casa.
Ni un exorcismo me habría podido despegar de esas paredes que lo sabían todo, nada ni nadie haría que mi odio por ti decreciera.
No te iba a dejar partir tampoco. Quería que te fueras apagando como lo hice yo. Lenta, inexorable, paulatinamente. Quería que sufrieras lo indecible. Quería que la vieras a ella darte un empujón mientras le rogabas que no se fuera, que no te dejara. Quería que la vieras salir por esa puerta para no volver jamás. Y quería verte destruido, arrastrándote por el piso. Odiándome y odiándote. La cobardía fue lo que te indujo, la ambición, el desamor por mi y el deseo por ella.
Ahora estás tan solo como yo lo estuve y tan destruido como yo. Ahora mi venganza es eterna.
Patricia Lara Pachón
No hay comentarios:
Publicar un comentario