Su víctima
Temblaba frenéticamente, casi no podía sostener en su mano izquierda el muñeco atado con fuerza, el que le había alcanzado la anciana hechicera. Y en la derecha las tres agujas grandes de cabezas negras. Ya el trabajo estaba iniciado y había que terminarlo. Le correspondía a ella clavarlas profundamente en él. Tenía una angustia espantosa en el alma. Era aquel muñeco la representación de quien le había roto el corazón y por lo tanto debía destruirlo, de no hacerlo, sería ella la que recibiría el maleficio imbuido en el objeto, y estaría condenada a amarlo por toda la eternidad. Así que clavó las agujas con miedo primero y con saña después y pronunciando el nombre de su víctima tres veces, lo arrojó al fuego.
Patricia Lara Pachón
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