domingo, 1 de septiembre de 2024

Me despierto

 Me despierto

todo está igual
y nada es lo mismo
La desazón del ser se apodera de mi
me embarga.
La vida transcurre 
Me transcurre 
Me traspasa
flota
Se desborda
Duermo
Lo mejor es dormir
Morir por un buen rato
Y ...
Me despierto.

Patricia Lara Pachón 

La vejez

 La vejez 


Es feo volverse viejo. Uno va ahí mientras sucede casi o sin el casi. Sin darse cuenta. De pronto un parpadeo y pun ya uno es un viejo. 
Va uno por desgracia al médico aún sin sentirse mal, como por un control y ahí uno vale madre. Todo mal y está mal justamente porque uno es viejo y si está viejo y enfermo hay que ayudarlo a bien morir.
Juepucha. Que vaina fea.
Bien lo decía mi abuela. La vejez es una cosa muy jodida.

Patricia Lara Pachón 

Esos miedos

 Esos miedos


Mis vacaciones eran buenas, normalmente al día siguiente de terminar las clases, íbamos mis dos hermanos y yo, acompañados de mamá, la cual nos despedía al abordar el bus de Ventura. No se ni supe nunca como se llamaba el hombre. No sé ni supe nunca si Ventura era su apellido o si sencillamente era el mote de conductor de ese bus que traqueteaba por la carretera rumbo a Arauca. Arauca -Caldas- un viaje que hoy en día se toma una hora, en aquel entonces se tomaba la tarde entera. Llegábamos en los albores de la tarde a allí.
En una casita de sala y alcoba vivía mi hermosa abuela María la O. Habitaban en esa minúscula casa mis Tías Carmen, María, Gloria y Elizabeth, los fines de semana irremediablemente llegaban mis tíos Eliseo y Moisés. 
Fuimos nosotros los primeros nietos y gracias a eso no estuvimos un mas amontonados.
Era una época linda al lado de la abuela. Ella para evitar que nos entretuviéramos en el pueblo nos narraba historias terribles del currucucao. Escuchar el hulular del "monstruo" nos hacia llegar temprano a la casa. En mi caso, al rincón de mi abuela. En realidad también dormía con nosotras la tía Elizabeth. Ahora que lo pienso, seguramente, por eso es que duermo tan quieta. Casi sin moverme. Como un bebé antiguo apretado en sus pañales.
Hu Hu huuuu Hu Hu huuuu y nosotros corríamos, yo con la cabeza agachada y protegiendo mis ojos, mi rostro con ambas manos de uñas mordisqueadas hasta casi sangrar. El miedo hace cosas muy horribles en las personas, ni hablar en los niños.
El peor momento que viví en todo caso, fue cuando un día casi sin darme cuenta se metió la noche en la tarde y yo aun estaba en la casa de una amiguita.
Al ver que ya estaba bastante oscuro me despedí y salí corriendo. En eso escucho pio, pio. ¡Oh por Dios! Pio, pio. Presté atención y se escuchaba muy cerca el sonido aquel que en el día era tranquilizador pero en la noche helaba la sangre. Avancé mas rápido. Corriendo casi pero el temor de caerme no me dejaba avanzar más de prisa.
Escucho de nuevo, pio, pio. Y está vez más cerca. Temía ver de frente el enredo de tripas, los ojos enfurecidos y el pico largo y a punto de asesinarme a picotazos.
Pio, pio. Cerré los ojos y corrí. Ahí no me importaba nada más que llegar a salvo a la casa. 
Alcancé a sentir que algo se enredaba en mis piernas, caí al piso, me dolieron las rodillas y sentí que era levantada por los aires.
Perdí el sentido.
Mi abuela al escuchar gemidos cerca de la casa salió y me encontró tirada en el piso. Vuelta un ovillo, succionando con furor el dedo pulgar que era mi escape al mundo de las maravillas.
Hoy por hoy, juro... Que yo sobreviví al ataque del pollo maligno. Dios me guarde... Y Dios te guarde de encontrarlo por ahí y peor si no estás en estado de gracia.
Patricia Lara Pachón 

El hilo rojo

 El hilo rojo 

Sin saber bien
a ciencia cierta
ella lo presentía 
y el la intuía 
se sabían el uno para el otro
ni ellos mismos entendían 
esa atracción 
esa fuerza superior que los impelia a estar juntos
cada vez más cerca 
sus almas desde el principio de los tiempos 
estuvieron unidas por ese hilo rojo
irrompible
nudos y nudos
los fueron acercando
hasta reunirlos 
cuerpos y almas
atados por siempre
vida a vida
eternidad por eternidad
y para siempre
los siglos se sucederían
y jamás serían separados
el nudo indisoluble del destino
ahí estaba y estaría.

Patricia Lara Pachón 

Nosotros fuimos siete

 Nosotros fuimos siete. Nos criamos seis, dos señoritas y cuatro caballeros.

La imaginación mía creció en las noches. Cuando en Arauca Caldas, en las cálidas y largas vacaciones, mi tía Elizabeth alma bendita. Nos narraba historias, que hoy estoy segura; ella inventaba para nosotros. Y en la casa de mamá en Manizales, también en las noches tempranas y por miedo a la delincuencia y peligrosidad del barrio Fátima. Mamá nos daba algo para comer e ir inmediatamente a la cama. Se apagaban todas las luces luego de encender la radio. Uno de esos pequeñitos que quizá era la única joya material de la familia. La hora del terror era el preludio de sueños cargados de misterios. Creo que mi gusto inmortal por los libros y películas de ese género, además de las románticas, en ese momento, las que hoy no son tanto de mi gusto.  Bueno, también escuchábamos a Kalimán, Tarzán, Arandú y otros tantos súper héroes. 
Tuve la fortuna de que a un vecino le encantaban las caricaturas y tenía cientos de revistas. Yo iba y me sentaba a leer tardes enteras. Luego mis tías llevaban revistas de señoritas y ahí siempre estaba Corín Tellado. Ya luego más grandecita mi hermano compró mucha literatura de Círculo de Lectores. Los grandes maestros pasaron por mis manos y ojos ávidos de ensoñaciones. Hoy por hoy leo más poco, los ojos y tantos distractivos no me dejan entrar a profundidad en las historias que antes devoraba con avidez.
Luego, un día cualquiera empecé a escribir y un no paro. Creo que mi imaginación escrita o sencillamente pensada no tiene límites. Son vidas que "vivimos" al mismo tiempo.

Yo Patricia Lara Pachón.

Shisss mejor no hablo de ella

 Shissss mejor no hablo de ella

Nadie me habría creído si les hubiera dicho que en el edificio nuevo, en la esquina de mi casa; habitaba una gárgola. En el día se posaba apaciblemente sobre una columna. En las noches era diferente. 
Ella analizaba concienzudamente a los vecinos durante el día. Los veía pasear a sus mascotas, ir a hacer las compras, practicar algún ejercicio o sencillamente caminar.  Ya en la noches la cosa cambiaba. Ella era de amores y desamores. Y ay de aquel que le cayera mal. Y caerle mal era sencillo aun cuando hasta yo la entendería. Maltratar un animal, reñir un niño, discutir sin razón con un vecino. Dañar alguna planta, destruir un nido, etc.
¡Y saben qué!  Empezaron a desaparecer personas. Primero uno al mes, después se hizo más frecuente. Y ya no necesariamente desaparecían, ahora aparecía por allí con el rostro en una perenne mueca de terror y las tripas por fuera.
Nadie me habría creído... Si no lo hubieran visto con sus propios ojos. Era lo último que creerían por cierto. Pero era cierto.
Yo veía al pasar a la encantadora Gárgola recostada en la columna hacerme un guiño con los ojos cómplices y una semisonrisa en su descomunal boca. 
Yo para qué querría contarle a alguien que allí estaba ella... Limpiando primero mi calle, luego el barrio, después a Medellín y seguidamente el mundo.
Debo aclarar que un desaparecido, dos o tres y algunos cadáveres no eran de extrañar en la cuidad y como casi siempre las pesquisas para encontrar al culpable, no daban ningún fruto. No llegaban a ninguna parte.  Aquí, la justicia cojea y pocas veces llega.
Aclaro que de haber contado que la responsable era mi querida gárgola, yo habría ido a parar al sanatorio para locos. Así que shissss. No digamos nada.  Jajajaja mejor me río.  Ahí viene el loquero con una camisa de fuerza en el brazo y una jeringuilla hipodérmica en la mano. Shisss mejor no digo nada.

Patricia Lara Pachón 

Vísperas

 Vísperas


Brunilda, la rana 
buscando acicate,
se fue en la mañana 
brincona y ufana 
a ponerse esmalte 
en todas sus falanges 

Se plantó temprano 
puntual y segura 
en la boutique del bosque 
buscando un traje 
para su figura : 
se calzó un vestido 
lindo y colorido,
masaje en las manos,
se hizo las uñas,
pestañas y cejas 
para verse hermosa
y no sentirse vieja
porque ya mañana
es su cumpleaños.

Sentada en el borde 
de un tronco hueco 
se sienta y se soba 
las ancas, discreta,
porque en cada salto
que da, pizpireta,
más siente que chicos 
le quedan los suecos.

Se soba, descansa,
se arregla y coqueta 
salta en el pantano,
salta en la pileta 
invitando a Franklin 
(su amigo, el iguano)
y a toda la pandilla 
para ir a su fiesta.

Belkis Osiris B 

Arpías

 Arpías 

No con poca preocupación me di cuenta que había vivido rodeada por ellas. En Manizales, una de ellas, se llamaba Amparo, vivía preocupada por todos pero en realidad era su fachada para ser lo que era. Ponía una inyección aquí y se enteraba que la hija había resultado embarazada del novio que era un vago que atracaba en las noches en el barrio. Iba a hacer un masaje allí y además de comunicar lo que se había enterado, recibía una información más. Le hablaban en secreto del hijo que se drogaba y de que se habían enterado en las últimas horas. En otra casa preparaba alimentos para una pareja de ancianos y entonces les refería para mantenerlos informados las dos historias anteriores, ellos le contaban también de los malos hijos ricos que los habían abandonado a su triste suerte. Amparo regresaba a poner otra inyección y en secreto refería las  historias recién cosechadas y algunas muchas más de las que se enteraba mientras iba de un lado al otro. 
En el barrio la paz en Medellín estaba Adiela. La mas limpia y compuesta del barrio. Madre abnegada de tres tesoros. Los mejores niños del mundo mundial. No como los hijos de Olga, Luz Dary o Patricia. Eso por mencionar a sus mas cercanas vecinas. Ya Adiela había recibido amenazas. Las que le habían dejado debajo de la puerta. Ella, igual que la anterior  también cuidaba y atendía ancianos y niños y dejaba con su lengua viperina cizaña aquí y allí.
En Cristo rey estaba Marina que al parecer era callada y muy casera. Pero no era sino que alguien la saludara para que ella se explayara en verborrea maliciosa no solo de sus vecinos, también de sus hijos y de cada uno de sus familiares.
Y así... Arpías varias, en muchos lugares de la cuidad. 
Uno las ve mirar atrás de las cortinas. Las ve salir al más mínimo ruido y notar como se amarran las lenguas para hacer mucho mejor y más daño al desatarla.
Arpías... Muchas, varias... Demasiadas.

Patricia Lara Pachón 

Pequeños monstruos

 A veces siento esos pequeños monstruos minúsculos que se deslizan sobre mi. Siento sus paticas dando pasos o saltos o deslizándose  por mi piel. A veces por los párpados.

Son muy seguramente monstruos chiquitos que no solo caminan sobre mi sino que me succionan.
Soy su casa de habitación. Me han ido decorando muy a su gusto "personal". 
Una arruga aquí, una manchita allí, son lugares perfectos para establecerse por un tiempo o quizá hacerle su casa de vacaciones.
A veces esos pequeñísimos monstruos duermen y otras tantas se pasean de aquí para allí y yo aterrada. Pensando si un día me van a terminar por poseer por completo,  aun estando viva.
Ahí además de casa seré tumba. Hmmmm.

Patricia Lara Pachón

Penumbra

 Penumbra


El accidente fue catastrófico, le dijeron a Malena, no se recuperaron sus pertenencias, apenas pudieron extraer, de entre la masa de chatarra, su cuerpo malherido y agonizante para trasladarlo al hospital, aunque poco había por hacer. Alejo estaba mal. Esa noche era crucial, dijeron los dos médicos que, por su estatura y juventud, parecían haber salido ayer de la escuela primaria. Su juventud no fue la medida de la certeza del pronóstico. Al amanecer del cuarto día de su ingreso, familiares y amigos lloraban la partida de Alejo. Todos habían ido a buscar noticias y esperar juntos en la sala del hospital. Todos, menos Malena, a quien ninguno pudo contactar.
Malena se enteró por el noticiero, que oía desde la cocina, mientras fregaba los trastos que Alejo -una vez más- había dejado sucios por toda la casa. No lloró, no abrió la puerta a nadie, no quiso ir a cuidados intensivos, tampoco a la capilla velatoria.  
— Lo recordaré vivo, jovial y dicharachero, no inerme como está ahora- se repetía cuando algo en su fuero interno la conminaba a ir a verlo.
No se la vio en el novenario, ni en las misas de responsos. 
La segunda noche después de la cremación, para no llorar y buscando consolarse en el recuerdo de sus palabras, abrió el chat en su móvil, a sabiendas de que no habría una respuesta.
— Te extraño. Escribió.
— Yo te extraño más. Fue la respuesta.
Malena, sonriente, ahoga una lágrima y, arrellanándose en el mueble de la sala oscurecida, reclama a Alejo su ausencia. Prontamente recibe una respuesta que le devuelve la sonrisa y los mensajes van y vienen hasta el amanecer. Cinco noches, con sus días, han estado conversando, riendo, intercambiando -en textos y mensajes de voz- chanzas, recuerdos y promesas.  En la segunda gaveta del closet, entre los audífonos inalámbricos y la colonia Pacco Rabanne, vibra constantemente el móvil de Alejo; vibra el cajón y se ilumina la pantalla, disipando la penumbra del mueble, con cada mensaje enviado y cada respuesta recibida. Malena sonríe, escribe y mira de reojo hacia el closet. Súbitamente, una advertencia que nadie lee: el móvil ya despliega el mensaje: "cargue la batería".
 Seis horas más tarde, Malena escribe frenéticamente, mientras mira hacia la puerta de romanilla del closet donde guarda el móvil de Alejo. Escribe, también envía audios. Espera y vuelve a escribir.  Ya no se vislumbra la luz de la pantalla.  Tampoco hay más respuestas. Malena mira fijamente la puerta de romanilla.  Escribe.  Llora desconsolada y escribe. Un último destello sale del closet al tiempo que Malena, adormitada abre los ojos y se despabila in poco.
Malena llora y mira fijamente, en la penumbra, la puerta de romanilla que ya no vibra, que ya no se ilumina. Malena, en la oscuridad, escribe, llora y espera.
B. Osiris B

Creo

 Creo en Dios padre todo poderoso, creo en Jesucristo su único hijo, creo en la virgen santísima y en todos los santos. Creo en los angeles y en los arcángeles, creo en el maligno y en el poder que tiene sobre tantos hombres.

Creo que nacemos, crecemos, nos reproducimos o no y morimos. Creo en lo inevitable y necesaria que es la muerte.
Creo en la bondad de algunos y la maldad de otros y eso en diferentes momentos de sus vidas.
Creo que ser madre me hizo una mejor persona.
Creo que no sería la mujer que soy hoy si algo de lo que viví hubiera sido diferente.
Creo que es mejor ser rico que pobre, lindo que feo, flaco que gordo, saludable que enfermo, inteligente que bruto (hmmm ahí si mejor lo pienso con calma y me cuestiono un tris más)
Creo que mis padres hicieron lo mejor que pudieron.
Creo que la gente no llegó para quedarse, que una vez nos enseñaron lo que debíamos aprender de ellos, deben tomar su rumbo e ir a otros sitios o con otras personas a seguir siendo escuela.

Patricia Lara Pachón

Ah vaina

 Ah vaina...

No  se les ocurre pensar que uno va dejando partes de nuestra esencia en diferentes lugares. Y que ya cuando uno está a un paso de estirar la pata va uno de la seca a la meca rescatándola o recogiéndola y entonces puede suceder que uno no alcance a llegar a todos esos lugares por los que en vida deambuló y esa esencia se queda por ahí perdida, sola, desolada. Y entonces sucede que esa mínima parte empieza a dejarse notar. A "aparecer". No sé les ocurre pensar que una sola alma en pena puede "penar" aquí y allí y más allá por toda la eternidad. Ah vaina.

Patricia Lara Pachón

Mi tristeza

 Mi tristeza  Se dibujará sólo un instante en un brillo o en un oscurecimiento de mi mirada. De ahí en más. Si alguna vez acaso, se asoma po...