Arpías
No con poca preocupación me di cuenta que había vivido rodeada por ellas. En Manizales, una de ellas, se llamaba Amparo, vivía preocupada por todos pero en realidad era su fachada para ser lo que era. Ponía una inyección aquí y se enteraba que la hija había resultado embarazada del novio que era un vago que atracaba en las noches en el barrio. Iba a hacer un masaje allí y además de comunicar lo que se había enterado, recibía una información más. Le hablaban en secreto del hijo que se drogaba y de que se habían enterado en las últimas horas. En otra casa preparaba alimentos para una pareja de ancianos y entonces les refería para mantenerlos informados las dos historias anteriores, ellos le contaban también de los malos hijos ricos que los habían abandonado a su triste suerte. Amparo regresaba a poner otra inyección y en secreto refería las historias recién cosechadas y algunas muchas más de las que se enteraba mientras iba de un lado al otro.
En el barrio la paz en Medellín estaba Adiela. La mas limpia y compuesta del barrio. Madre abnegada de tres tesoros. Los mejores niños del mundo mundial. No como los hijos de Olga, Luz Dary o Patricia. Eso por mencionar a sus mas cercanas vecinas. Ya Adiela había recibido amenazas. Las que le habían dejado debajo de la puerta. Ella, igual que la anterior también cuidaba y atendía ancianos y niños y dejaba con su lengua viperina cizaña aquí y allí.
En Cristo rey estaba Marina que al parecer era callada y muy casera. Pero no era sino que alguien la saludara para que ella se explayara en verborrea maliciosa no solo de sus vecinos, también de sus hijos y de cada uno de sus familiares.
Y así... Arpías varias, en muchos lugares de la cuidad.
Uno las ve mirar atrás de las cortinas. Las ve salir al más mínimo ruido y notar como se amarran las lenguas para hacer mucho mejor y más daño al desatarla.
Arpías... Muchas, varias... Demasiadas.
Patricia Lara Pachón
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