Esos miedos
Mis vacaciones eran buenas, normalmente al día siguiente de terminar las clases, íbamos mis dos hermanos y yo, acompañados de mamá, la cual nos despedía al abordar el bus de Ventura. No se ni supe nunca como se llamaba el hombre. No sé ni supe nunca si Ventura era su apellido o si sencillamente era el mote de conductor de ese bus que traqueteaba por la carretera rumbo a Arauca. Arauca -Caldas- un viaje que hoy en día se toma una hora, en aquel entonces se tomaba la tarde entera. Llegábamos en los albores de la tarde a allí.
En una casita de sala y alcoba vivía mi hermosa abuela María la O. Habitaban en esa minúscula casa mis Tías Carmen, María, Gloria y Elizabeth, los fines de semana irremediablemente llegaban mis tíos Eliseo y Moisés.
Fuimos nosotros los primeros nietos y gracias a eso no estuvimos un mas amontonados.
Era una época linda al lado de la abuela. Ella para evitar que nos entretuviéramos en el pueblo nos narraba historias terribles del currucucao. Escuchar el hulular del "monstruo" nos hacia llegar temprano a la casa. En mi caso, al rincón de mi abuela. En realidad también dormía con nosotras la tía Elizabeth. Ahora que lo pienso, seguramente, por eso es que duermo tan quieta. Casi sin moverme. Como un bebé antiguo apretado en sus pañales.
Hu Hu huuuu Hu Hu huuuu y nosotros corríamos, yo con la cabeza agachada y protegiendo mis ojos, mi rostro con ambas manos de uñas mordisqueadas hasta casi sangrar. El miedo hace cosas muy horribles en las personas, ni hablar en los niños.
El peor momento que viví en todo caso, fue cuando un día casi sin darme cuenta se metió la noche en la tarde y yo aun estaba en la casa de una amiguita.
Al ver que ya estaba bastante oscuro me despedí y salí corriendo. En eso escucho pio, pio. ¡Oh por Dios! Pio, pio. Presté atención y se escuchaba muy cerca el sonido aquel que en el día era tranquilizador pero en la noche helaba la sangre. Avancé mas rápido. Corriendo casi pero el temor de caerme no me dejaba avanzar más de prisa.
Escucho de nuevo, pio, pio. Y está vez más cerca. Temía ver de frente el enredo de tripas, los ojos enfurecidos y el pico largo y a punto de asesinarme a picotazos.
Pio, pio. Cerré los ojos y corrí. Ahí no me importaba nada más que llegar a salvo a la casa.
Alcancé a sentir que algo se enredaba en mis piernas, caí al piso, me dolieron las rodillas y sentí que era levantada por los aires.
Perdí el sentido.
Mi abuela al escuchar gemidos cerca de la casa salió y me encontró tirada en el piso. Vuelta un ovillo, succionando con furor el dedo pulgar que era mi escape al mundo de las maravillas.
Hoy por hoy, juro... Que yo sobreviví al ataque del pollo maligno. Dios me guarde... Y Dios te guarde de encontrarlo por ahí y peor si no estás en estado de gracia.
Patricia Lara Pachón
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